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La Noche 16...

lunes, 25 de agosto de 2008

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Experto en pérdidas*
Héctor Cortés Mandujano

A Frodo, mi gatito.

La noche pare incansablemente estrellas muertas, gatos en las azoteas, lunas tristes, amores clandestinos…
La noche es, también, cuando algo ha muerto dentro de ti (un amor, un familiar, una mascota) sólo un manchón oscuro, un abismo de penas, un desvelo permanente.
Puede ser dolor: postal detenida de una azotea solitaria, enorme soledad nocturna en un árbol de cabellos desordenados.
Frodo, mi gatito, dejó de respirar en una tarde de éstas.
Mi mujer, mi hija y yo le hicimos las honras funerarias, arrojamos tierra sobre su cuerpecito gris.
Vivió con nosotros toda su vida, salvo los veinte primeros días de bebé, y nos alegró (y nos enojó) muchas veces con su maullido proteico, con su apetito irrefrenable, con sus bellísimos ojos celestes.
Con la edad uno se vuelve especialista en pérdidas y las lágrimas no acuden (“el llanto es en mí un mecanismo descompuesto, como decía Rosario Castellanos, y sólo lloro cuando se quema el arroz o cuando pierdo el último recibo del impuesto predial”), pero sí llega una suave desesperanza, una sutil tristeza, una pálida depresión por saber que la vida es una implacable máquina que no se detiene por minucias sentimentales.
En el inicio de “El aleph”, Jorge Luis Borges dice: “La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita”.
Al poco rato de que Frodo murió cayó un tremendo aguacero, que nos hizo recordarlo más. El mundo seguía sin él. Casi nadie se había enterado de su vida, de su muerte. Comenzó, a partir de ese momento, a vivir sólo en la memoria de quienes lo amamos.

*El tercer fragmento alude a las fotografías de Raúl Ortega (La catorceava noche, del 11 de agosto) y Alexis Sánchez (La treceava noche, del cuatro de agosto de 2008).




Foto: Raúl Ortega ( Chiapas )

Foto: Félix Cúneo ( Veracruz )


Foto: Alexis Sánchez ( Chiapas )


Foto: Isaac Aguilar ( Veracruz )



Lo simbólico del consumo nocturno en el puerto jarocho


Genaro Aguirre Aguilar


Las ofertas culturales que ciudades como Veracruz hacen, inciden en el esquema de percepciones y representaciones que sus habitantes tienen no sólo sobre la forma de habitar sino también de andar y ser en estos terruños. En ellos, el equipamiento urbano junto a la oferta y el consumo cultura atraviesan los sentidos de los ciudadanos para determinar las continuidades que llamamos diario vivir. En la ciudad de Veracruz y su zona conurbada, los cines, los teatros, los restaurantes, los cafés y los antros, entre otros espacios de socialización, se convierten en lugares de estar, de pasar y representar los días, las tardes, las noches citadinas, produciendo y reproduciendo sentido, estableciendo las «ciertas» diferencias y el distingo de los grupos sociales mismos que en la apropiación y resignificación de tales sitios, van definiendo parte del capital simbólico que caracteriza a cada uno de los sitios. Las formas de consumo que caracterizan las noches de fin de semana en la conurbación Veracruz-Boca del Río, muestran un entramado determinado por la oferta así como por los deseos y la apropiación que los propios usuarios hacen de sus lugares favoritos. De tal suerte, si la oferta nocturna define lugares, son los comensales quienes deciden y con ello la construcción de ambientes y atmósferas que enamoran a propios y extraños. En este tenor, la idea de la noche deja lo temporal para aproximarse a lo cultural incorporado, gracias a la cualidad simbólica que viene a tener la noche porteña. Vista así la noche, tenemos que en una ciudad nunca será igual que en otro tipo de contexto, pues la resemantización de lo nocturno cuaja de manera distinta. Metafóricamente diríamos, los personajes propios de lo nocturno citadino tienen mucho de «vampírico», mientras que en el campo estaríamos más cercanos al «chupacabras», por la manera en que se vive y construye la noche. Y si bien el vagabundeo nocturno en ambos casos tiene un sentido de trashumancia que arborece cuando lo vemos lúdica y críticamente, la actuación y la reproducción de la vida nocturna citadina, es demarcada por las maneras, el estilo con que la noche permite la socialidad, los vínculos y la reafirmación de la vida social en las ciudades. Como bien dijera algún autor, ubicados en una posición interaccionista o cognoscitivista, la cotidianidad en la ciudad es resultado de un sub-texto, de dramas de significados o de redes y relaciones que consituyen mapas o geografías que explican lo visible; es decir, la conducta social en este tipo de espacios. Y es que eso es la noche porteña, una suerte de sub-texto sociocultural que se consume en y desde la cotidianidad citadina, sobre el cual es posible reconocer una parte de la identidad jarocha y sus mundos posibles; porque en las noches y en los antros existen articulaciones de sentido que encuentran su génesis en eso que la ciudad dota: equipamiento y maneras de apropiarse para definir un imaginario social intenso, representaciones colectivas que nacen de la geometría, de la construcción del espacio y ese mundo cromático de color urbano, con todo y sus símbolos vernaculares que deciden sobre los modos de vivir y contar la ciudad nocturna, dijera Armando Silva. De allí que desmontar la articulación de la vida social en los antros, nos permite mirar la ciudad para poder contarla, para hacerla texto interpretable. Por ello mismo, indagar, caminar, vivir, usar sus espacios y temporalidades, es navegar sobre ellos para ver cómo negocian y construyen sentido sus usuarios, esos caminantes de la noche, esos personajes vampíricos que, cobijados en sueños, deseos, temores, rencores, convierten a la noche en un circuito de compra-venta, y a los antros en lugares de tránsito o abrevadero de vivencias que transpiran normas, olores, representaciones, formas de acción que ordena lo propio y lo ajeno, lo formal y lo lúdico, los tiempos tanto el cotidiano como el de excepción, como dijera Rossana Reguillo, y que inventamos todos los días los urbanitas. Los usos de la noche citadina son un complejo sociocultural que suele pasar por la práctica de la vida misma, de lo imaginal incidiendo en la percepción y representación de la vida de los propios sujetos sociales, quienes se la apropian para transformarla en relatos de lo cotidiano a partir de sus pronunciamientos individuales o colectivos. Por todo esto, de un lado tenemos al Veracruz geográfico, geométrico, hecho de construcciones visibles, planificado, legible. Del otro lado, la ciudad otra, poética, ciega y opaca, trashumante, metafórica, que mantiene con el usuario una relación parecida a lo amoroso corporal. Porque la ciudad no es tanto por ella, sino por el sujeto social que la objetiva y configura con sus emociones, tristezas, apetencias, andanzas, disoluciones; socialidades con vínculos fuertes o débiles, dispersos, simultáneos, constantes o fragmentados. Finalmente, como es de entenderse, estas maneras de ser urbano de vivir lo nocturno en el puerto jarocho y su conurbación, va más allá de las marcas institucionales, para pasar a hablarse de una práctica urbana, en donde encuentran cabida las formas en que se consume lo citadino nocturno, permeando prácticas socioculturales que dan sentido a las formas de interacción observadas en esos escenarios nocturnos territorializados.

La Quince...

lunes, 18 de agosto de 2008

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Fragmento de mail de un estudiante de psicología*
Héctor Cortés Mandujano

…y no sé si te conté del maestro que nos pidió una foto para analizarla psicológicamente. Él tomó como muestra la de una chava, en un billar, con el taco levantado y la mesa detrás. ¿Sabes qué nos dijo el güey? Que eso era una muestra de la envidia del pene que tienen las mujeres, una teoría de Freud.
El taco, nos dijo, es un símbolo fálico. La mujer lo toma como si fuera suyo y, como a los hombres nos interesa tanto el tamaño, ella se siente orgullosa de tenerlo tan grande. Además, dijo, el taco, es decir el pene, debe juntarse con las bolas (una obvia alusión a los testículos, según él) y meterse a la buchaca, es decir, a un orificio, lo que implica penetración. La mesa es, claramente, la cama. Esa mujer, dijo este cabrón, así realiza su ambición de ser hombre, así cambia de sexo.
—¿Y no podría ser nada más una mujer a quien le gusta jugar billar?, dijo alguien.
—Puede ser, contestó el profesor, y en ese caso sería una mujer insatisfecha, que sublima su deseo de tener un pene entre las manos al tomar el taco; al golpear las bolas y buscar el orificio insinúa su necesidad de ser penetrada.

A la otra clase yo le llevé la foto de un hombre poniéndose un guante de látex y, no mames, el güey me salió con que en mi elección había una homosexualidad latente. Otro le enseñó la foto de una teibolera que muestra las nalgas mientras está enrollada en un tubo y le dijo que su gusto por las mujeres desnudas muestra su incapacidad para superar su adicción materna. No hay mayor desnudez, en todos los sentidos, que en el momento de parto, aseguró muy docto. Gozar con un espectáculo desnudista es la demostración más palpable del complejo de Edipo. Puta, el chiste es que, según él, todos estamos bien jodidos de la mente.
—¿Y los que toman las fotos?, le dije, ya encabronado.
—Esos son los más enfermos, dijo.

*Texto inspirado en la foto de Raúl Ortega, publicada en La décima noche, del 14 de julio; las alusiones finales corresponden a las fotos de Félix Cúneo (La novena noche, del 7 de julio) y Raúl Ortega (La séptima noche, del 23 de junio de 2008).



Foto: Raúl Ortega ( Chiapas )

Foto: Félix Cúneo ( Veracruz )

Foto: Alexis Sánchez ( Chiapas)


Un ángel en la oscuridad
Genaro Aguirre Aguilar

Nota a la imagen de Alexis en su 13ª noche.

Llego apresurado a mi habitación. Me quito la ropa como puedo y temeroso apago la luz. Espero unos minutos antes de atreverme a descorrer las cortinas. Sigiloso busco cómo y dónde acomodarme mejor. Llevo al pie de la ventana un banco de plástico y me siento. Cuidadosamente corro un tanto la tela y veo hacia la calle. Nadie. Me levanto un poco para tener un mejor ángulo. Y sí, allí esta. Por encima del horizonte, en medio de una cavidad lumínica, un tanto hacia la derecha del desnudo árbol que se erige frente a mis ojos. Sigue en donde mismo, exactamente igual que cuando descendí del urbano para descubrir y sentir el temor propio de quien se enfrenta a lo desconocido. No sé porque nadie se percató de él, todos caminaban despreocupados. Por más que buscaba en sus miradas no pude encontrar nada que revelara el mismo terror que en mí despertaba esa figura espectral vigilando desde las alturas.
Pocos segundos después, alcanzo a distinguir que alguien camina por la acera. Cierro inmediatamente la cortina al ver la forma extraña en que se detiene para recostarse al poste luz. Un estremecimiento recorre mi espina dorsal y el corazón amenaza con salir expulsado cuando su mirada se dirige hacia las alturas. Creo que me ha visto. Me escondo. Segundos después, vuelvo a mi posición para ver un auto iluminar la acera y descubrir que no hay más nadie donde creí haber visto a alguien. Suspiro, tomo calma, busco una vez más y allí sigue, a la misma altura. Vuelvo la atención sobre aquella extraña entidad rodeada por una luz mortecina que demarca su área de dominio. Tiene alas extendidas. Al tiempo que abro un poco más las cortinas, escucho que alguien toca a la puerta. Me quedo frío. Siento una asfixia que ahoga, toso y un flujo amargo brota de mis adentros. Me muevo pesadamente hasta alcanzar el picaporte. Antes pregunto «quién llama». El silencio. Abro despacio y una luz inmensa ilumina la habitación. Caigo desplomado. Apenas alcanzo a escuchar que alguien me nombra, mientras un extraño estado de ingravidez se desborda por mi cuerpo. Distante, la misma voz cree encontrar en mi mirada la expresión del vacío, de la nada; la misma sensación de levedad que al final siento mientras alguien exclama: «Se ha ido».

La Catorce...

lunes, 11 de agosto de 2008

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Los que hacemos la noche proyecto agradecemos de manera especial el trabajo de rediseño a nuestro site por Gabriel Ramírez "Balam", muchas gracias por la nueva noche, bienvenido seas a ella.


Las brujas del espejo*

Héctor Cortés Mandujano

Nunca más creeré en esos demonios impostores
que nos confunden con sus equívocos,
y susurran sus promesas al oído,
pero no cumplen con nuestras esperanzas.
Macbeth, de William Shakespeare.

Me llamo Beth. No sé por qué mis padres decidieron para mí este nombre, que parece femenino. No pude preguntarles, los perdí cuando aún era niño. Me criaron familiares, empleados de orfanato, la calle. Viví una niñez de pobrezas y una dura adolescencia, que no lograron eclipsar mi ambición de llegar a saborear riquezas, éxito en todos los órdenes de la vida.
Muy joven comencé con los oficios de mesero y atendí, al principio, cantinas, bares, restaurantuchos. Cuando supe lo básico ingresé a restaurantes de mayor calidad y, después, a fiestas exclusivas. En una de ellas, en una celebración de quince años, entré en un salón donde cinco jóvenes brujas me miraban como desde un espejo mágico. En la mesa tenían una bola de cristal.
Pregunté si querían algo y ellas rieron. La del centro me dijo:
—Tú eres quien quieres algo. Tu corazón está lleno de dudas. Plantéalas y te responderemos, te aclararemos el futuro.
Aunque me pareció extraño hice dos preguntas. La interpretación errónea que di a la primera respuesta me trajo una desgracia. “Cuídate de la cruz”, me dijeron y yo abandoné la visita a templos, los rezos antes de dormir, los ritos religiosos que me habían inculcado. Un día crucé la calle sin cuidado y me atropelló una ambulancia (una cruz, qué estúpido fui). Permanecí en una silla de ruedas durante meses, solo, rumiando mi desgracia, la miseria de mi destino.
La segunda respuesta era también críptica. “Tu felicidad la encontrarás en el espejo”. Le di vueltas a la frase, a sabiendas que un nuevo error podría llevarme a algo peor que una silla de ruedas. Se volvió una constante pensar en aquello.
Un día pude caminar de nuevo. Para exorcizar el pasado decidí tomarle una foto a la silla solitaria. “Nunca más me tendrás sobre ti”, le prometí en silencio. Con la cámara al hombro fui a una tienda para revelar la fotografía. La dependienta buscaba, de espaldas al mostrador, algo en un cajón. Cuando levantó el rostro yo la vi en el espejo que la reflejaba. Me sonrió.

Supe que las brujas me habían regalado un buen augurio, después de casarme con Berenice. No era una empleada, sino la hija del dueño. Ahora bebo güisqui y visto a la moda, ayudo en la tienda y tengo un par de lindas hijas. La vida me sonríe. Ayer, de noche, oí piedritas en la ventana. Me asomé. Eran las cinco brujas. Bajé para hablar con ellas.
Me insistieron para que les hiciera otra pregunta o les pidiera un deseo. Pedí nunca volver a verlas.

*Texto inspirado en dos fotografías de Alexis Sánchez: La novena noche, del 7 de julio, y La décima noche, del 14 de julio de 2008.


Foto: Raúl Ortega (Chiapas)

Foto: Félix Cúneo (Veracruz)


Foto: Alexis Sánchez ( Chiapas )

Foto: Isaac Aguilar (Veracruz)


Duermes y de este otro lado… el mundo
Genaro Aguirre Aguilar
A mi hija Ximena, en sus tres años

Desde este otro lado del mundo, eras una crisálida así acurrucada al amparo de esa endémica luz que la diminuta lámpara irrigaba sobre tu pequeño cuerpo. En ese otro lado por donde transitas, la inocencia es un estado esencial de tu pequeña humanidad. Al verte así cual capullo y serena, nuestro anhelo es esperar que los territorios por donde andas sean de eterna felicidad. No importa si sonríes, lloras, te enojas, te estas quieta, mientras sea el ropaje propio de tus sueños, pues allá donde habitas en este instante, los lugares suelen estar poblados de entidades juguetonas. Justo ahora que te vemos, quién sabe de la mano de qué noble o travieso ser caminas. Contemplativos, sólo atinamos a dejarte soñar, a ver en ti la emoción, la felicidad que decanta por la núbil comisura de tu sonrisa, testigos de un genuino diálogo entre tú y aquellos divinos seres para las que no tenemos nombre.
De este lado, agazapado en el presente, se revela un porvenir lleno de contradicciones, de temores, de inquietudes; las propias de quienes viven en un mundo donde pareciera otro no es posible. Pero allá, por donde caminas y junto a quienes das rienda suelta a tus travesuras, no hay pena, ni dolor, ni desaliento, sólo horizontes de gozo o de quietud, de esos para los cuales desde aquí y en nuestro ahora, únicamente se revelan inciertos. Es tu frágil cuerpo así contraído, el que espera desplegar sus alas para emprender el vuelo, mientras en vigía tus padres se convencen del suspiro y se ven uno a otro sin atinar a nada que no sea sonreír. Aquí, nosotros, allá tu, trepada en las nubes, dejando una estela, viajando con el viento, saltando nenúfares hasta alcanzar la orilla y descansar tras los muchos mundos que haz caminado. Acá, el sueño que vence para dar paso a la inquietud que nos asalta al caer nuestros párpados. Allí, un hermoso amor hecho de alientos, de anhelos, de esperanzas aun cuando sepamos lo difícil que es seguir creyendo. Duermes, mientras de este lado del mundo, el tiempo nos cobija con las incertidumbres propias de nuestras pequeñeces.

La Trece...

lunes, 4 de agosto de 2008

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Un corazón que salva al mundo

Héctor Cortés Mandujano

A Paulita, obviamente.

El primero de enero del año 2000 era la fecha del fin del mundo. Varias profecías lo señalaban. Ante la noticia hubo, por supuesto, los incrédulos, los indiferentes y aquellos que decidieron hacer algo. Un grupo ayunó y subió hasta el pico de una alta montaña mexicana. En el primer minuto del año unieron las manos y, en silencio, cada cual repitió palabra por palabra el rezo extraño que habían ensayado. Cerraron los ojos y levantaron el rostro al cielo. Así permanecieron hasta saber que su acto había triunfado sobre la amenaza del holocausto. El mundo continuaba, continúa. Ellos lo salvaron con su fe.
Hay una tendencia a creer que los grandes sucesos naturales se presentan con bombo y platillo, con alharacas. No es así. El mundo, por ejemplo, dice la Biblia, nació de una manera muy simple. Dios dijo hágase la luz y la luz se hizo. Magia tremenda. Lo crees o no lo crees. Y así las montañas, el mar, el viento, el hombre, la mujer, el escarabajo, todo.
En cambio, hay alarmas, ahora, a la orden del día: sobrecalentamiento global, inundaciones, hoyos de ozono en el cielo, sequía en algunas partes del mundo, fuegos incontrolables. Los activistas obligan a presidentes a suscribir convenios de protección ambiental, grupos acordonan de paz a pueblos en guerra, héroes y heroínas salvan ballenas, muchos ayudan a que la vida en el planeta continúe. La gente buena, sin embargo, no sale en las noticias; su trabajo es sutil, cercano a lo inexplicable.
Esta labor de tantos se hace también de manera individual, sin que nadie parezca notarlo. No la pueden hacer los hombres que se han envilecido en el odio, ni las mujeres dominadas por sentimientos mezquinos. No ayudan los niños que arreglan sus diferencias a golpes o insultos. Las ideales para este trabajo parecen ser las niñas que han sido tocadas por la bondad y el amor actuante.
El peligro del fin del mundo puede existir en este momento, pero viene aparejado con una solución, que sólo pueden captar los seres que no han perdido la capacidad de creer en lo que los demás consideran una ilusión, una fantasía.
Muchos pueden estar pensando en la destrucción de todas las cosas y no tendrán éxito porque alguien (un ser de espíritu noble, de alma ingenua) lo vencerá con un movimiento aparentemente simple y un pensamiento poderoso: levantar los brazos y alzar el rostro rumbo al cielo. Pensar en lo maravilloso que es el universo, la vida.
Lo malo que podría ocurrir no ocurre cuando una niña levanta su corazón y lo muestra, espejo límpido, para que los elementos que nos han creado vean que la humanidad aún tiene futuro. Tal vez sus palabras también sean sencillas: ¿Quién dijo que todo está perdido? Yo vengo a ofrecer mi corazón.
Y esa convicción amorosa permite que el mundo siga dando vueltas.

*El subrayado es parte de una canción de Fito Páez. El texto está inspirado en la fotografía de Raúl Ortega, publicada en La novena noche, el 07 de julio de 2008.


Foto: Raúl Ortega (Chiapas)

Foto: Félix Cúneo (Veracruz)

Foto: Alexis Sánchez (Chiapas)

Foto: Isaac Aguilar (Veracruz)



En tornos de nocturnidad melódica
Genaro Aguirre Aguilar


No me convence tanto la inspiración. En todo caso quisiera entenderlo como revelación, después de todo asumirse como alguien capaz de andar al borde de lo celestial posible, puede ser más interesante que acercarse a los umbrales de un acto creador mediado por entidades terrenales; sin descontar lo que de sublime y éxtasis supone aparentar ser un morador de los territorios de la revelación mística. Así, como otras tantas ocasiones ocurre, fue en el instante que buscaba recordar una frase del tal Sabina, que como aguijón entró para codearse con la melancolía la estrofa de un canción que tengo en buen aprecio. Era Ismael Serrano y su canción «Allí», junto a quienes volví en un suspiro a esa suerte de matria que es mi lugar de origen, para decidirme a hablar sobre la importancia que muchas noches tuvieron las canciones que escuchaba en la juventud. En esa entrañable canción, el cantante junto a su escucha, se enfrenta a los recuerdos, al reconocimiento nostálgico de la dureza que significa asimilar el cambiado que se revela a cada paso que damos en esos rincones donde nacimos; un cambio que también resuena en la propia mirada de quien reconoce y recuerda filones de su pasado como esa canción y, de vez en vez, vuelve a caminar aquellas calles. Así, la transformación vivida por el pueblo y el barrio donde se creció, igualmente se muestra cual brizna que borda las pieles en la gente que se quedó en aquellos rincones, pero también quienes han emigrado. Por eso mismo, el despliegue de memoria realizado, tiene una cierta textura que obliga a reconocernos en buena parte de los retazos de vida de que habla Serrano. Sobre todo cuando deja entrever la manera en cómo durante su infancia fue aprehendiendo y haciendo suyos los monstruos y fantasmas que poblaban sus noches, mismos que -contrastados con los que de adulto lo acechan -, no fueron más que la materialización ingenua de sus primeros aprendizajes en torno a la oscuridad, pues aquellos seres al acecho bajo la cama o metidos en el ropero, eran mucho más dulces que estos que ahora el interprete y quien escucha tiene en su madurez. Tras esa lírica arropada por lo melancólico, como escuchas tampoco podemos dejar de reconocer lo que ha significado la música desde siempre, particularmente en aquellos años cuando la identidad y el aprendizaje emocional efervescían en noches de plenilunio o bajo cualquier otra forma de cúpula lunar nocturna. Eran canciones rasgando el telón de la noche que cruzaban la frontera demarcada por las paredes de la casa de mi abuelo. Aquellas letras venidas de territorios inexpugnables entonces, tenían como propiedad el relato contundente del desamor, del odio, de la vendetta, pero también del gozo de rompe y rasca. Sin grandilocuencia ni exquisitez alguna, esas anécdotas cantadas al ritmo del órgano, del saxofón, del acordeón o la tumbadora, eran el toque distintivo de ese reducto de mundo por el que Dios pasaría muchos años después. En tanto, la imaginación cabalgaba, trepada en lo melódico del instante, del anhelo en quien aún no rebasaba su juventud temprana. Quizá como nunca y de la mano de aquellos grupos y solistas de lo nocturno, pronto pudimos comprender otras formas de ser, explorando en el revés de las almas de aquellas letras como de la vida misma. Años después, la juventud maquilaba (¿o acaso maquillaba?) historias y dejaba de andar sobre las huellas de aquellos que habían caminado por esos andurriales para trazar sus propias andanzas, para atreverse a mirar los rostros o indagar en las miradas de quienes vibraban por las noches con otras historias, otras trayectorias, otros sueños que casi siempre terminaban por rayar en la pesadilla. Nunca como entonces, reconozco, la música popular fue el territorio para vivir y representar una alternativa de vida y que ahora –únicamente- vuelvo a ella a través de la inventiva y ocasiones como estas. Pd.- Por cierto, la estrofa sabiniana es aquella que dice «peor para el sol...»