Daniela Rea Gómez ( DF )
El miedo
Soñé con El Miedo. Era un hombre sin rostro que golpeaba con fuerza la puerta del baño donde yo estaba. Era una puerta de metal color amarillo pálido y un baño de cuadritos de mosaico azul. Yo estaba quizá desnuda y envuelta con una toalla, no lo recuerdo bien. Pero estaba mojada. El hombre golpeaba cada vez más fuerte y como ocurre en los sueños, yo no tenía fuerza para sostenerla ni para escapar de ahí. Mis piernas eran más como dos pesadas columnas de cemento que no me hacían caso y el aire una espesa película imposible de penetrar. Entonces me quedé ahí. Sentada en el baño esperando que El Miedo derrumbara la puerta. Junto a mi, tirado sobre el mosaico del baño, había un caracol de mar, grande, que sostuve con ambas manos. Se convirtió en mi arma. Cuando El Miedo entrara, se lo enterraría en la cara. Instantes después El Miedo entró y lo golpeé con el caracol de mar. El golpe me despertó y había un poco de sangre en mi almohada.
Foto: Félix Cúneo ( Veracruz )
Ligia Donají Ramos Soto ( Veracruz )
Once minutos
Once minutos
Tenemos fácil once minutos observando el semáforo que permanece en rojo. Once, doce, trece. En mi nuca algo desciende y me gusta cómo se siente. Mis párpados son telón que cae aunque la función aún no finaliza. En mi placentero desmayo recuerdo que alguna vez mi mano le echaba sal a una babosa que intentaba subir por una pared amarillo óxido a unos dos metros de donde un jardín se alzaba, muy vegetal. De allí debió venir lo que ahora baja por mi nuca. Tenemos fácil once minutos mirando el semáforo en rojo. Volteo a vernos a todos: nos brillan los ojos, reímos como babosos y así estamos de dúctiles. Nos brillan las caras como manzanas acarameladas. ¿Estoy viendo a través de un celofán? Rojo expansivo en mis ojos acalenturados que miran las cosas como con dobleces. No….es el semáforo, no sé cuánto tiempo tengo viéndolo, serán unos siete minutos, no, once minutos, son once minutos. El semáforo me estalla en la retina, me duele. Cuánto tiempo tenemos aquí parados, pregunta alguien. Once minutos digo, pero no se si me oyen. Hablan y hablan y hablan. El rojo redondo del semáforo se ha descolgado y anda rebotando en los hombros y cabezas de todos.
Tenemos fácil once minutos observando el semáforo que permanece en rojo. Algo me irrita la pierna, intento revisarme pero estoy lampareado. No distingo texturas. Paso los dedos encima de la mezclilla, se van de largo; descienden de mi propia pierna y tocan lo que supongo la cubierta del asiento, un tanto rugosa, sube mi mano sobre la de mi vecina y le sujeto la muñeca deteniendo su jueguito de incendiar mi pantalón con su encendedor.
Tenemos fácil …unos once minutos.
Tenemos fácil once minutos observando el semáforo que permanece en rojo. Algo me irrita la pierna, intento revisarme pero estoy lampareado. No distingo texturas. Paso los dedos encima de la mezclilla, se van de largo; descienden de mi propia pierna y tocan lo que supongo la cubierta del asiento, un tanto rugosa, sube mi mano sobre la de mi vecina y le sujeto la muñeca deteniendo su jueguito de incendiar mi pantalón con su encendedor.
Tenemos fácil …unos once minutos.