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La Doceava Noche...

lunes, 28 de julio de 2008

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Con su cuerno de añil pescaba una canción*
Héctor Cortés Mandujano

Le regalaron, de niño, una cámara fotográfica y la usó de inmediato: la sonrisa desdentada de la abuela, el árbol del patio, los dibujos proteicos de las nubes.
No era un juego, sin embargo, sino la búsqueda de apresar lo imposible. ¿Cómo hacerle una fotografía al aire, dónde se volvía imagen explícita el amor?
Intentó que su cámara lograra volver fotografía la paz tridimensional del amanecer, el dolor de un bosque ardiendo, el último respiro de un moribundo. Luego buscó la belleza del rostro femenino, el erotismo de una caricia posada, la violencia nocturna de las calles. Fue coleccionado imágenes, volviéndose un profesional, ensayando donde los demás daban la vuelta.
Pero si un adulto deja de ser niño deja de inventar. No hay nada peor para la creación artística que un hombre sin niñez en el espíritu. Por eso comenzó a buscar algo que nadie hubiese encontrado, para fotografiarlo. Por eso pensó que en el mar debía existir, íngrima, abandonada, la última sirena mitológica; que en el profundo bosque virginal trotaba aún el centauro final; que en alguna madrugada, en una loma lejanísima, podría vislumbrarse la silueta blanca de un unicornio.
No tuvo un éxito inmediato y los años fueron pasando. Rebasaba los treinta cuando una noche su tenacidad fue recompensada: en el techo de un edificio lo vio. Era un unicornio, sin lugar a dudas. De su cuerno brotaba hacia el cielo la palabra dónde. ¿Dónde? Tal vez si se hubiera detenido un poco más el mensaje se hubiese completado, tal vez allí estuviera la clave justa para que su vida se transformara, tal vez fuera la frase de una canción compuesta para su único disfrute. Pero era un fotógrafo y, nervioso, temblando, oprimió el obturador.
La imagen resultó un poco temblorosa. El mítico animal volvió la vista entristecido y vio a Félix, muchos metros debajo, con la sorpresa todavía detenida en el rostro. Ninguna letra más surgió de su cuerno majestuoso y de su lomo brotaron dos alas blancas. Se perdió en el cielo.
Hay en la vida un instante donde podemos asomarnos al misterio irresoluble, a la puerta entreabierta del palacio de los arcanos. Félix lo hizo entonces. Félix quiere decir feliz, cualquiera lo sabe. Él lo supo esa vez, en el momento que el unicornio dejó de ser un sueño y le regaló, en un parpadeo, la realidad feliz y fugaz de su presencia inolvidable. Y se fue, para siempre.

*El título es un verso de la canción “Unicornio”, de Silvio Rodríguez, y el texto fue inspirado por la fotografía de Félix Cúneo, publicada en La quinta noche, el lunes 9 de junio de 2008.


Foto: Raúl Ortega

Foto: Félix Cúneo

Foto: Alexis Sánchez

Foto: Isaac Aguilar

De otras noches tristes
Genaro Aguirre Aguilar


A mi hijo Aldo

Por alguna razón, estos días veraniegos de calorcito entrando por los poros, suelen venir con aires de recuerdos, de añoranza, de memoria… A veces cargados de gozo pero otras tantas de melancolía, nostalgia o de llanto como llovizna pertinaz. Y es tan sólo por eso, que logro entender las razones del porqué, una mañana de estas, ha vuelto en el tiempo aquel pasaje que sólo con los años pude hacerlo significativo.

…Las habíamos preparado con semanas de anticipación. Por ello, antes del mediodía las maletas ya estaban listas, particularmente la de mi hijo, quien sin tener del todo conciencia, sabía que saldríamos de vacaciones a visitar a sus tíos y primos que vivían en la ciudad de Oaxaca.
Antes de las doce de la noche llegamos a la central camionera. De la mano, entramos a la sala de espera. Busqué lugar cerca de la puerta por donde sabía se llegaba al andén correspondiente. Las dos maletas, a un lado de nosotros, pues como solía ser común en esa línea de autobuses, se documentaba justo antes de abordar. En medio de los juegos con mi hijo y los cuentos de la abuela, poco a poco se iba acercando la hora de salida, como también en los ojos de mi pequeño, el acecho de un sueño infantil que demandaba cobijo a esas horas de la madrugada.
Quince minutos antes y ya con mi hijo al hombro rendido por el sueño y la espera, pregunté al guardia que vigilaba el acceso si podía pasar para adelantar con las maletas. Dijo que no, hasta diez minutos antes de la hora y una vez anunciada la corrida. «OK». Me retiré a esperar el llamado. Diez minutos antes, tampoco nada. Me volví a acercar al poli. «Hasta que lo anuncien y aún no lo hacen», volvió a decirme. Le dije ya eran las 12:20. No respondió nada.
A la hora marcada en el boleto, volví a insistir y aquel guardia subrayó que aún no era anunciada la salida a Oaxaca. Efectivamente no había escuchado el anuncio, pero también era cierto que en medio de tanto ruido, a veces no se distingue muy bien lo que dice una estereotipada voz femenina que anuncia las corridas. Desde allí no podía desmentir aquello, pero recuerdo socarronamente oírlo decir: «en ocasiones se retrasan las salidas». Con mi hijo durmiendo sobre mi hombro y de pie, desesperado veía salir a otros pasajeros.
Tarde me decidí a preguntar en ventanilla. Pregunté al poli que si podía echarle un ojo a mi equipaje. «Sí». Salí de allí y la chica de información terminó por confirmar que el autobús había salido tenía 20 minutos. Que sí había sido anunciado. Con la impotencia a cuestas, regresé con el guardia y le reclamé airado. No hubo nada. Cuando mi hijo soñoliento preguntó si ya nos íbamos, atiné a guarecerme en el silencio. Con la impotencia y un dolor a cuello de garganta, sabía la primera prueba como padre separado arrojaba malos saldos. Como pude salí de la terminal y tomé un taxi camino a casa. En medio de la lluvia, las aceras del puerto eran cristales acuosos como resonancia de lo que llevaba dentro. «De vuelta al hogar», comentó el chofer. No recuerdo qué respondí, pero sí que sobre mi regazo contemplaba a mi pequeño hijo, quien temprano sabría de otro más de los sinsabores de la vida.
Hoy que pasa conmigo algunos días, le he comentado de esto. Como es de suponer, no lo recuerda, pero eso no impide que el nudo en la garganta se haga presente, al tiempo de reconocer que -desde entonces- una deuda con él sigue estando pendiente. Aunque acepto que lo ocurrido aquella noche, no lo resuelve otras que han pasado como aquellas que siguen pendientes de pasar en los andenes veraniegos.

La Onceava Noche...

lunes, 21 de julio de 2008

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Carta de un pianista a una cantante de rock*
Héctor Cortés Mandujano
Al sonar las tres de la mañana
los muñecos se paran a bailar.
La casa está dormida,
nadie los verá…
“Baile de los muñecos”, de Cri Cri
Linda mía, Ely:
Te escribo este recado con rapidez, pues, lo sabes, sólo tengo, tenemos, escasos momentos para dejar de ser estatuas.
La noche, para nosotros, desde hace tiempo, es un reflector que nos da en la espalda. La luz que a mí llega se estrella contra mi ropa formal; en tu espalda la luz se vuelve el día: eres la iluminada y, al mismo tiempo, la que ilumina.
Estamos en escenarios alejados y nuestra música viene de vertientes distintas. Yo hago que, con mis dedos, la madera cante; tú cantas y tu canción viene desde dentro de ti misma y es tu voz el potente y bello instrumento que la pone en los oídos de todas las silenciosas fotografías que nos acompañan. Yo me peino con fijador, para que ningún cabello esté fuera de su lugar; tu cabellera es una explosión de rebeldía.
Yo toco el piano en la cuarta noche y tú cantas en la novena. Yo soy una criatura inventada por Alexis Sánchez y a ti te capturó Isaac Aguilar. Somos, en apariencia, sólo dos fotografías instaladas en un blog que se llama La noche.
Mi foto no tuvo pie, nadie me dio un nombre, soy un hombre anónimo que toca el piano, y a ti Isaac te ha llamado Ely Guerra. Nos pusieron en jaulas distintas, pero cuando nadie visita el blog, cuando todas las computadoras se apagan, y nosotros podemos vivir la vida cibernética que nos ha sido otorgada, toco para ti la melodía que sé llegará hasta tu corazón y luego oigo que cantas para mí esa canción tuya que me gusta: “Nuevos ojos, nueva piel, nuevas las manos del placer, van metiéndose y de a poco dominando mi querer”…
Ely, tal vez algún día podamos huir de este blog que nos aprisiona, quizás alguna vez podamos estar en la misma noche y yo tocaré para ti desde mi tristísimo piano enamorado, mientras tú me cantas una de tus canciones al oído. Alguien ha encendido una computadora, tengo que irme. Adiós. Hasta entonces.

El anónimo pianista que te ama.

*Texto inspirado en las fotos de Alexis Sánchez (cuarta noche, dos de junio de 2008) e Isaac Aguilar (novena noche, siete de julio de 2008).


Foto: Raúl Ortega (Chiapas)

Foto: Félix Cúneo (Veracruz)

Foto: Alexis Sánchez (Chiapas)

Foto: Isaac Aguilar (Veracruz)


Juveniles criaturas de la noche
Genaro Aguirre Aguilar

Pongamos son chicas que andan en los veinte años, aun cuando sabemos lo difícil que en estos tiempos es tener certeza sobre la edad que tienen las mujeres, quienes han hecho de esa etapa de vida una experiencia caracterizada por cierta estética capaz de desdibujar certezas en torno los años que realmente tienen. Así, una cuarentona o una adolescente, hoy día pueden mostrarse lozanas y comúnmente joviales, por la facilidad que existe en el mercado cosmético de encontrar las formas de enmascarar sus edades. Los atuendos, la bisutería y el maquillaje son recursos que hacen de los cuerpos –quizá- el territorio mejor provisto para mostrar las características de una sociedad de consumo, tanto como las estrategias para jugarle una mala pasada al tiempo.
Son entonces mujeres jóvenes de esas que cuando uno las ve, quisiera encontrar más allá de sus rostros, un proyecto de vida distante de los cánones del último grito de la moda y una industria que pone en vilo a la propia humanidad, al convertir al cuerpo mismo, en un bien de consumo y desecho por igual. Lo cierto es que uno se queda con la idea de estar ante jovencitas que pareciera son producto del mismo molde, de la misma mente estratégica, cuyo oficio es proveer los recursos para configurar un mundo sujeto a estándares del magazín plástico propio de lo que algunos llaman sociedad líquida.
Por ello, ese anuncio espectacular a un lado del bulevar que desemboca en la plaza comercial más importante de la zona conurbada Veracruz- Boca del Río, tal vez sea la mejor expresión de un universo urbano que se cuaja y consume en las noches del puerto, particularmente entre los sectores privilegiados de la localidad, quienes suelen acudir al popular antro que se anuncia.
Así que allí están nueve de ellas (y tres de ellos), encarnando la expresión más significativa de la nocturnidad urbana porteña light: con sus atuendos oscuros, sus cabellos revitalizados por los tintes y los mejores shampoos; de ojos delineados con los colores propios de la ocasión y un ángulo que exprime mejor un conjunto de miradas que convocan, subordinan, someten, detonan la imaginación de quien las ve.
Lo oscuro del diseño en el mensaje (del atuendo de quienes modelan a los colores predominantes en el montaje), remite a la noche, a la «oscuridad», sus territorios y sus personajes. Desde la señal que tres de ellas realizan con sus manos, se está ante un símbolo «demoníaco» heredado del satanismo, que si bien resemantizado por las agrupaciones metaleras, no está desprovisto de una carga simbólica para iniciados, con todo y la lengua que una de ellas nos muestra. Todas son jovencitas de miradas seductoras que terminan por ser la encarnación de las nuevas criaturas de la noche.
Detrás de tales ninfas o diablesas urbanas, el pecado en cualquiera de sus formas: desde el deseo provocado por lo desconocido y sugerido en esos perfiles próximos a besarse a lo pecaminoso de una imaginación observadora que se deja encantar por el diseño iconográfico. O esa suerte de lascivia candorosa en un mirar que provoca estados emocionales en el viajero.
Estos modelos juveniles, son significativamente estereotipos que materializan una opción de la diversión porteña. La evidencia de un cierto tipo de consumo cultural donde la noche es un universo imaginal. En todo caso, la puesta al día de lo desconocido, de aquello que los adultos estamos lejos de dimensionar pero que -camino a casa-, cuando se pone atención o interés a lo sugerido por esos rostros juveniles en el susodicho espectacular, no deja de salir a volar la imaginación o en todo caso, de realizar una lectura socioantropológica de lo que allí puede esconderse.

La Décima Noche...

lunes, 14 de julio de 2008

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Libando noches llegamos a la décima semana, cortejando, seduciendo, trasgrediendo instantes, vidas, oscuridades. Algunos caímos, otros salimos de ellas, fotografiando con palabras y escribiendo con luces. El camino aún es largo, pero se torna fructífero, ambicioso, retador y complaciente. Vamos pues a continuar el exorcismo, la liberación de los nocturnos deseos se extiende a ustedes.

Félix Cúneo Escamilla / Julio 2008



Nidos y espolones*
Héctor Cortés Mandujano

Hace muchos, muchos años, en los arcanos del tiempo, existía un reino donde vivían felices gallinas, gallos, pollitas y pollitos.
Ellos, los reyes del gallinero, tenían muchas gallinas a su disposición, y ellas ponían, contentas, los huevos que resultaban del fugaz contacto: él, arriba, la tomaba de la breve cresta, la pisaba en precario equilibrio, aleteando, y le dejaba su parte para reproducirse, para que el reino de picos y plumas se multiplicara.
Las gallinas hacían nidos enormes y se echaban, días y noches, vigías perfectas de las varias vidas que explotarían, con muchos huevos debajo de su ancho cuerpo, de sus amorosas plumas. Y nacían pollitas y pollitos, que eran enseñados a cazar lombrices, a caminar en grupo, a mover las alas y a huir del gavilán, de la serpiente silenciosa.
Pollitas y pollitos crecían hasta convertirse en lo que sus padres habían sido; alguna gallina mayor desaparecía un día, se iba un gallo que ya tenía suplencia. Un monstruo de dos patas se los llevaba y contra él nada podía oponerse.
Este paraíso un día desapareció. Nadie sabe cómo.
La leyenda que supieron los últimos gallineros hablaba de la construcción de grandes naves donde se hacinaban miles y miles de aves, con soles pequeños, como campanas de vidrio, que nunca se apagaban; fingían un día eterno, que les hiciera comer incesantemente productos que los crecían con increíble rapidez. No cazaban, no correteaban, no tenían espacio. Eran bebés todavía cuando los llevaban al matadero.
Pero, se preguntaban, ¿cómo suplir el canto de los gallos que anunciaba el amanecer? La respuesta era escalofriante: habían inventado una máquina que hacía ruidos, un repetido sonido metálico. Despertadores los llamaban. Las gallinas, contaban, y esto era terrible, ya no anidaban. Los huevos de esta pesadilla en que se había convertido el mundo no producían pollos, eran hueros, sin vida latente. Gallos y gallinas no tenían necesidad de saberse hembra y macho. Sólo eran carne de consumo.
Se creía, por último, que la efigie de gallos, gallinas, pollitas y pollitos desaparecería, pues para los monstruos de dos patas ellos eran nada más comida para la mesa, remedios para el hambre. Tal vez por ello algunos monstruos, de sensible corazón, copiaron las formas de la especie extinta y la reprodujeron en, por ejemplo, gallos de barro que, puestos en algún buró nocturno, pensaban que tal vez pudieran cantar con la llegada de la aurora. Y no, no cantaban.
Ya no se escuchan nunca, ahora, de madrugada, en ese mundo sin gallineros, los cantos lejanos y cercanos de las aves míticas que sacaban el pecho, abrían el pico y retaban al sol con su quiquiriquí. Nunca más.

*Texto inspirado en la foto de Isaac Aguilar, publicada en La segunda noche, el 19 de mayo de 2008.


Foto: Raúl Ortega (Chiapas)

Foto: Félix Cúneo (Veracruz)

Foto: Alexis Sánchez (Chiapas)

Foto: Isaac Aguilar (Veracruz)

La zurda bajo el sostén
Genaro Aguirre Aguilar

Sabía era absurdo pero igual que lo debía de volver a hacer. Así que –una vez más- se vio al espejo para confirmar que su cabello estaba en el lugar que correspondía. Aún con tal certeza, tomó la peineta y la pasó una, dos, tres veces por los mismos lugares. Igual que siempre, tras el peine engarzado en el dedo medio de una mano derecha que iba y venía, la mano zurda hacía lo mismo, dando el último retoque. Minutos más tarde, comprobó que estaba como le gustaba quedar: no tan bien por un físico que no le favorecía, pero pasadero.
Se sentó al filo de su cama y volteó hacia la mesa en donde un reloj Haste marcaba la hora. No era tan tarde aún, había quedado ver a Melina a las 5 pm y a penas iban a dar las 4:30, así que pensó echarse un rato a descansar. No obstante, renegó de la posibilidad, pues eso representaría volver a peinarse. Prefirió adelantarse, después de todo –dicen- a las mujeres les gusta que el hombre sea puntual. Ellas pueden llegar a la hora que quieran pero la caballerosidad debe estar por encima de todo. Echó un último ojo al espejo y se vio. Cambió una mueca por sonrisa y salió de casa. No sin decir a su madre que al rato volvía.
«El patasada» caminó con parsimonia mientras repetía en su cabeza lo que había pensado en los últimos días. Estaba todo listo, tras disfrutar de una horchata de coco en La Pérgola del parque y platicar con ella, la invitaría a regresar a pie, para darse tiempo y ánimo de cerrar una noche que había esperado tanto. Y así lo hizo, cuando le dijo a Melina que regresaran caminando, ella no opuso tanta resistencia, aun cuando sabía podía regresar más allá de la hora para la que tenía permiso. Pero bueno, le dijo él, un regaño tras lo bailado, no representa gran cosa. Ella sonrió y después de pagar la cuenta, encaminaron a casa. Diez minutos después, subían la pequeña pendiente de la calle Carpio para luego tomar la avenida que pasaba a un lado de la carretera federal. Dos cuadras después iniciaba un tramo poco iluminado en donde se decía las parejitas aprovechaban para hacer un alto en el camino. Cuando él sugirió se detuvieran un rato a platicar allí, tuvieron que desistir al descubrir un par de siluetas en la oscuridad. Metros después, recostados a una piedra charlaban. Distraído, «El patasada» apenas y seguía la plática deseoso como estaba de sentir aquellos deliciosos pechos que en la penumbra y debajo de la blusa se alcanzaban a entrever. Después de todo, ya sabía que Melina tenía buenas chichis y unas piernas riquísimas. En aquello estaba cuando escuchó a lo lejos la voz de ella preguntando en qué pensaba. “En nada”, respondió sobresaltado. En realidad pensaba en cómo reaccionaría ella si en ese instante la atraía y besaba. Sin apenas darse cuenta, fue ella quien tomó la iniciativa y plantó un largo beso. Estaba tratando de echar mano del menú de recursos para disfrutar de aquel instante, cuando sintió que su miembro comenzaba a cobrar vida. Convencido de lo natural de aquella reacción, debía aprovechar el momento, pues la tenía entregada al intercambio de fluidos y restregada a su cuerpo. La tomó por debajo de la cintura y apretó un poco más, mientras con su mano zurda buscaba desabrochar la blusa. En unos segundos, terminó por dejar sentir en la entrepierna de Melina su virilidad, mientras hacía audible el último click del tramo de blusa que ya dejaba exhibir el brassier blanco. Mientras pensaba en el siguiente paso, percibió cómo ella se acomodaba distinta y liberaba una de sus manos. Claramente sintió el roce de aquella mano hasta la altura del cierre. Emocionado, se acomodó para hurgar en las chichis y dejarse hacer. El entusiasmo por alcanzar el pezón, no le impidió sentir un ligero apretón en su miembro. De pronto, un zumbido ensordecedor. Allá, en la oscuridad y al fondo de ese extraño chillido que taladraba su oreja tras el golpe que asestara Melina arribita de la quijada, una voz -apenas audible- le recriminaba: “eres un depravado”. Como respuesta, el azoro de quien con los años, tampoco terminaría por entender lo ocurrido aquella noche, como tampoco ahora, tras escuchar de ella un “Sí… acepto”.

La Novena Noche...

lunes, 7 de julio de 2008

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Palabras de amor para una niña que duerme*
Héctor Cortés Mandujano

A Jimena, mi ahijada

Tal vez, detrás de tus ojos cerrados, tu mundo sea el camino donde también vuelan las hadas, canta la luna y la lluvia es un descenso de diminutos ángeles líquidos.
Quizás la sonrisa que se te adivina en el rostro, cuando duermes, es porque en esos momentos has encontrado un universo de dulces imposibles, juguetes locos y árboles que bailan.
En tus sueños, con seguridad, no hay brujas malas ni ogros. No les temes, de cualquier modo, porque, si aparecieran, ya sabes que papá y mamá son los superhéroes que pueden vencer a todos los monstruos con sus poderes mágicos.
No hay nada más bonito que verte dormida, porque en tu cara sólo se puede adivinar la paz y la seguridad de que las estrellas no son mundos muertos, sino puntos luminosos de donde nacen las maravillas.
Cuando duermes, los ríos de tu cabello fluyen hacia la alegría del viento inmóvil de la sábana con la que te cobija nuestro amor.
Tus papás, hija, te buscamos una noche por el cielo y quisimos que vinieras a darnos tu luz y la felicidad de saberte nuestra. Dibujamos en nuestra imaginación una niña como tú y llegaste exacta, como el dibujo que hicimos juntos. Quisimos que vinieras a este mundo difícil, porque estamos convencidos que con tu presencia se volverá mejor: los niños son la esperanza de las flores, los amigos de los árboles, los protectores de los animales, los hermanos de la humanidad, el futuro de la vida.
Sabemos que a veces los días son complicados y feos, llenos de cosas que a pocos gustan, pero supimos desde siempre que, a cambio de todo lo que nos regalas, no sólo sería tuya la realidad de los ojos abiertos, sino también la posibilidad de cerrarlos y soñar. El mejor regalo que quisimos para ti son los sueños, los lindos sueños que te hacen feliz. Buenas noches, amor.

*Texto inspirado en la foto de Raúl Ortega, publicada en La segunda noche, el 19 de mayo de 2008.


Foto: Raúl Ortega ( Chiapas )

Foto: Félix Cúneo ( Veracruz )

Foto: Alexis Sánchez ( Chiapas )
Foto: Isaac Aguilar ( Veracruz )

De oscuridades en el cine
Genaro Aguirre Aguilar

No son pocos los cantantes a quienes sigo la pista quienes en buena parte de su obra musical, toman como punto de inflexión al cine (Serrat, Sabina, Serrano, Aute), no sólo para recrear temáticas, sino igual para provocar maneras de entender lúdicamente lo que ha representado para el ser humano una industria de la emoción que -cuando se vive metidos en la sala cinematográfica-, es un poderoso vehículo catalizador de lo que psicológica, cultural y socialmente podemos llegar a ser en esa atmósfera claroscura.
En este contexto, soy de aquellos que en las matinée de a 3 x 1, aun recuerda sus primeros escarceos emocionales, llevando como cómplice una penumbra que se vivía mejor, trepados en el gallinero. Desde esas alturas, la perspectiva que se tenía de la pantalla, lo mismo de aquellos que preferían sentarse abajo, era envidiable; sin descontar la posibilidad de ver de cerca las parejitas que, distantes de una historia cualquiera y materializada sobre el lienzo blanco, preferían contar y firmar las suyas sobre sus propios cuerpos.
Anécdotas las hubo como las sigue habiendo. De ello, el mismo cine se ha encargado de mitificarlas: chiquillos masturbándose en el rincón más alejado de la sala, putones de closet escabulléndose al baño para espiar de reojo un pene clandestino, la adolescente dejándose hacer para vivir ese cosquilleo que provoca una mano debajo del brasier o su calzoncito, señoras encopetadas o solteronas en busca de una ingenua aventura en apenas un guiño de ojo, tanto como los malandrines que sólo se dedicaban a escupir a quienes estaban en la parte baja.
De eso, como jóvenes y adultos muchos espectadores también tenemos nuestros relatos, gozosos por lo lúdico, como asombrosos por lo atrevido. Como aquella mañana que éramos los primeros en la fila para adquirir el boleto, cuando un joven comenzó a convulsionarse y escupir espuma blanca por la boca. Es de imaginar el barullo que se hizo a la entrada, para finalmente tras unos minutos ver como ese chico y algunos amigos, se carcajeaban del terror que teníamos en nuestras caras (era pura sal de uva). No es leyenda urbana ni referencia a la película del mismo nombre. Sucedió. Igual que aquella ocasión cuando, justo en el momento en que un viejo pistolero cabalgaba bajo el sol, tambaleándose andrajoso, escuchamos allá abajo que alguien gritaba encendieran la luz. Minutos después y ya en la claridad de la sala, alrededor de una mujer bañada en sangre, un grupo de personas trataban de asistirla. Nunca supimos qué pasó, como tampoco las razones del porqué la función se suspendió sin ser devueltas las entradas.
Hoy que los complejos cinematográfico han hecho del cine otro tipo de experiencia, siento que lo lúdico amoroso y sexual, cada vez más deja paso a una higiene social, clausura las salas de cine como lugar para el aprendizaje corporal, pues el comportamiento y las buenas costumbres se sobre imponen; si bien hay aquellos adolescentes, jóvenes y adultos que -de vez en cuanto- se dejan llevar más por su emoción y sus ganas, que la provocada por una historia soporífera o mal hecha. De allí, que ante la ocasión, haya la oportunidad de envidiar a esos cuerpos que dialogan de una manera sublime, al caer la oscuridad sobre una sala de cine, sin importar que a unos metros pueda estar alguien siendo testigo de ese recorrido corporal que ejecuta el hombre, pero igual y cada vez más, la chica que busca construir su mismidad desde la exploración de sus regiones corporales.