Fragmento de mail de un estudiante de psicología*
Héctor Cortés Mandujano
Foto: Raúl Ortega ( Chiapas )
Héctor Cortés Mandujano
…y no sé si te conté del maestro que nos pidió una foto para analizarla psicológicamente. Él tomó como muestra la de una chava, en un billar, con el taco levantado y la mesa detrás. ¿Sabes qué nos dijo el güey? Que eso era una muestra de la envidia del pene que tienen las mujeres, una teoría de Freud.
El taco, nos dijo, es un símbolo fálico. La mujer lo toma como si fuera suyo y, como a los hombres nos interesa tanto el tamaño, ella se siente orgullosa de tenerlo tan grande. Además, dijo, el taco, es decir el pene, debe juntarse con las bolas (una obvia alusión a los testículos, según él) y meterse a la buchaca, es decir, a un orificio, lo que implica penetración. La mesa es, claramente, la cama. Esa mujer, dijo este cabrón, así realiza su ambición de ser hombre, así cambia de sexo.
—¿Y no podría ser nada más una mujer a quien le gusta jugar billar?, dijo alguien.
—Puede ser, contestó el profesor, y en ese caso sería una mujer insatisfecha, que sublima su deseo de tener un pene entre las manos al tomar el taco; al golpear las bolas y buscar el orificio insinúa su necesidad de ser penetrada.
A la otra clase yo le llevé la foto de un hombre poniéndose un guante de látex y, no mames, el güey me salió con que en mi elección había una homosexualidad latente. Otro le enseñó la foto de una teibolera que muestra las nalgas mientras está enrollada en un tubo y le dijo que su gusto por las mujeres desnudas muestra su incapacidad para superar su adicción materna. No hay mayor desnudez, en todos los sentidos, que en el momento de parto, aseguró muy docto. Gozar con un espectáculo desnudista es la demostración más palpable del complejo de Edipo. Puta, el chiste es que, según él, todos estamos bien jodidos de la mente.
—¿Y los que toman las fotos?, le dije, ya encabronado.
—Esos son los más enfermos, dijo.
*Texto inspirado en la foto de Raúl Ortega, publicada en La décima noche, del 14 de julio; las alusiones finales corresponden a las fotos de Félix Cúneo (La novena noche, del 7 de julio) y Raúl Ortega (La séptima noche, del 23 de junio de 2008).
El taco, nos dijo, es un símbolo fálico. La mujer lo toma como si fuera suyo y, como a los hombres nos interesa tanto el tamaño, ella se siente orgullosa de tenerlo tan grande. Además, dijo, el taco, es decir el pene, debe juntarse con las bolas (una obvia alusión a los testículos, según él) y meterse a la buchaca, es decir, a un orificio, lo que implica penetración. La mesa es, claramente, la cama. Esa mujer, dijo este cabrón, así realiza su ambición de ser hombre, así cambia de sexo.
—¿Y no podría ser nada más una mujer a quien le gusta jugar billar?, dijo alguien.
—Puede ser, contestó el profesor, y en ese caso sería una mujer insatisfecha, que sublima su deseo de tener un pene entre las manos al tomar el taco; al golpear las bolas y buscar el orificio insinúa su necesidad de ser penetrada.
A la otra clase yo le llevé la foto de un hombre poniéndose un guante de látex y, no mames, el güey me salió con que en mi elección había una homosexualidad latente. Otro le enseñó la foto de una teibolera que muestra las nalgas mientras está enrollada en un tubo y le dijo que su gusto por las mujeres desnudas muestra su incapacidad para superar su adicción materna. No hay mayor desnudez, en todos los sentidos, que en el momento de parto, aseguró muy docto. Gozar con un espectáculo desnudista es la demostración más palpable del complejo de Edipo. Puta, el chiste es que, según él, todos estamos bien jodidos de la mente.
—¿Y los que toman las fotos?, le dije, ya encabronado.
—Esos son los más enfermos, dijo.
*Texto inspirado en la foto de Raúl Ortega, publicada en La décima noche, del 14 de julio; las alusiones finales corresponden a las fotos de Félix Cúneo (La novena noche, del 7 de julio) y Raúl Ortega (La séptima noche, del 23 de junio de 2008).
Foto: Raúl Ortega ( Chiapas )
Un ángel en la oscuridad
Genaro Aguirre Aguilar
Nota a la imagen de Alexis en su 13ª noche.
Llego apresurado a mi habitación. Me quito la ropa como puedo y temeroso apago la luz. Espero unos minutos antes de atreverme a descorrer las cortinas. Sigiloso busco cómo y dónde acomodarme mejor. Llevo al pie de la ventana un banco de plástico y me siento. Cuidadosamente corro un tanto la tela y veo hacia la calle. Nadie. Me levanto un poco para tener un mejor ángulo. Y sí, allí esta. Por encima del horizonte, en medio de una cavidad lumínica, un tanto hacia la derecha del desnudo árbol que se erige frente a mis ojos. Sigue en donde mismo, exactamente igual que cuando descendí del urbano para descubrir y sentir el temor propio de quien se enfrenta a lo desconocido. No sé porque nadie se percató de él, todos caminaban despreocupados. Por más que buscaba en sus miradas no pude encontrar nada que revelara el mismo terror que en mí despertaba esa figura espectral vigilando desde las alturas.
Pocos segundos después, alcanzo a distinguir que alguien camina por la acera. Cierro inmediatamente la cortina al ver la forma extraña en que se detiene para recostarse al poste luz. Un estremecimiento recorre mi espina dorsal y el corazón amenaza con salir expulsado cuando su mirada se dirige hacia las alturas. Creo que me ha visto. Me escondo. Segundos después, vuelvo a mi posición para ver un auto iluminar la acera y descubrir que no hay más nadie donde creí haber visto a alguien. Suspiro, tomo calma, busco una vez más y allí sigue, a la misma altura. Vuelvo la atención sobre aquella extraña entidad rodeada por una luz mortecina que demarca su área de dominio. Tiene alas extendidas. Al tiempo que abro un poco más las cortinas, escucho que alguien toca a la puerta. Me quedo frío. Siento una asfixia que ahoga, toso y un flujo amargo brota de mis adentros. Me muevo pesadamente hasta alcanzar el picaporte. Antes pregunto «quién llama». El silencio. Abro despacio y una luz inmensa ilumina la habitación. Caigo desplomado. Apenas alcanzo a escuchar que alguien me nombra, mientras un extraño estado de ingravidez se desborda por mi cuerpo. Distante, la misma voz cree encontrar en mi mirada la expresión del vacío, de la nada; la misma sensación de levedad que al final siento mientras alguien exclama: «Se ha ido».
1 comentarios:
Hola de nuevo,
Felicidades a todos, hace varias noches que no los visitaba y refrendo mi gusto por el proyecto. Aunque celebro el nuevo diseño, quiero decir que las letras blancas y el fondo negro me dificultó la lectura (acabé viendo estrellitas y no precisamente de la noche) además el texto justificado parece que se corta.
Aún así disfruto mucho leer a Héctor Cortés, ya no sé cuál lectura me gusta más; la de las fotos o la de los textos.
Un abrazo para Félix.
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