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La Noche 21...

lunes, 29 de septiembre de 2008

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Instrucciones para abolir distancias

Héctor Cortés Mandujano

Óyeme con los ojos, ya que están distantes los oídos (…)
Y ya que a ti no llega mi voz ruda,
óyeme sordo, pues me quejo muda.
Sor Juana Inés de la Cruz

1. Debes escribir desde una casa llena de cuadros, fotografías y libros; una casa blanca rodeada de árboles y flores. El lugar puede llamarse Berriozábal, Chiapas.

2. Las fotos que ves en el blog La Noche deben inspirarte historias sobre niños, animales míticos, fantasmas marinos, prostitutas, fauna literaria diversa. No debes ponerte límites.

3. Procura que tus textos sean breves, concisos. No sabes de cuánto tiempo dispone quien entre al espacio cibernético. No abuses.

4. Alguien debe emocionarse al leer tus ficciones, como tú te emocionas al escribirlas, y felicitarte desde algún lugar del mapita, que viene incluido en la página principal del blog. Tú debes sentirte contento con eso: haz hecho un nuevo amigo, una nueva amiga.

5. Si eso ocurre, ¿te das cuenta?, lo que tú escribes desde tu casa (mientras las flores rojas te ven desde el cristal de la ventana, mientras oyes a los pájaros que cantan su alegría porque ha llovido, mientras tus amadas perras ladran a quien pase cerca, mientras tu mujer y tu hija conversan en la sala) ya no será tuyo, sino de quien lee. Las distancias quedarán abolidas y tu lector reescribirá tu texto, se convertirá en ti por un instante, serán los suyos y los tuyos los mismos ojos que caminan de una palabra a otra. Ellos, los que leen, los que oyen con los ojos, estarán en tu casa y tú, en ese momento, los visitarás en donde estén…


Foto: Raúl Ortega (Chiapas)

Foto: Félix Cúneo (Veracruz)

Foto: Alexis Sánchez (Chiapas)

Foto: Isaac Aguilar (Veracruz)



Un medallón en la noche

Genaro Aguirre Aguilar


No sé si esta era el atardecer que había visto Clinto, pero sin duda el cobrizo brillo que irrigaba la luna sobre el sembradío de olivo, era de ensueño. Morfeo se había apoderado de mis ganas de seguir leyendo un libro que traía pendiente. No obstante, al liberarme fui testigo de algo que no olvidaré jamás.
Apenas abierto los ojos, por la enorme ventana del autobús que me trasladaba de regreso de Córdoba, en España, divisé un medallón prendido de lo que debiera ser una noche clara cuando mi reloj marcaba las 8:30 pm. Ya tenía noticias de lo tarde que anochece por esta época en Granada, pero ser testigo de ello es algo que muchos tendrían que vivir. Quisé sacar mi cámara pero ya no hubo tiempo. Un curva del camino sacó de mi ángulo de visión esa majestuosa luna que se ubicaba por encima de un horizonte que parecía rendido al valle sembrado de olivos.
Esperé y esperé, pero cuando volvió a descubrirse, estaba al otro lado. Quisé despertar a mi esposa para que ella registrara aquella magia de la naturaleza, pero arrebatada por el sueño, descansaba sobre uno de sus costados. Lo último que vi, fue un cuadro enmarcado por esas enormes ventanas de los autobuses españoles.
Allí se quedó para el recuerdo. Un luna como medallón cobrizo, que pendía de algún lugar de esa noche, generando un brillo que bañaba los olivos con rumbo a Granada.

La 20...

lunes, 22 de septiembre de 2008

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El destino de las muñecas*
Héctor Cortés Mandujano

A las jóvenes las exponen como los géneros en un almacén
en el que los hombres tienen la entrada libre
para elegir a su gusto.
León Tolstoi, en “La sonata a Kreutzer”

Apiladas, puestas en fila, coquetas, austeras, en cajas finas, colgadas como reses, bien vestidas, desnudas, las muñecas no pueden más que esperar a que alguien pregunte su precio, pida una rebaja (si son de puestos callejeros o de mercado) y, finalmente, se las lleve con rumbo desconocido.
Una tendrá la suerte de pasar la noche en una cama mullida, entre unos brazos amorosos; otra dormirá en el suelo; aquella será echada de malos modos al jardín o al patio.
Más de una sentirá que “un bracito ya se le rompió” y tal vez otra descubra que “sus amigos no son los del mundo” porque a ellos poco importa el destino de las muñecas a las que sólo quieren cuando son dóciles y se dejan hacer de todo, cuando no protestan y están sonrientes y pintaditas y calladitas y obedientes…

*Texto inspirado en la fotografía de Alexis Sánchez, publicada en La noche 18, del 8 de septiembre de 2008. Los entrecomillados finales corresponden a la canción “La muñeca fea”, de Francisco Gabilondo Soler, Cri-Cri.




Foto: Raúl Ortega (Chiapas)


Foto: Félix Cúneo (Veracruz)



Foto: Alexis Sánchez (Chiapas)


Foto: Isaac Aguilar (Veracruz)



Noche de graduación… de rosas y vinos
Genaro Aguirre Aguilar

Tras muchos años después, he vuelto a asistir a una cena de graduación. Ellos son doce egresados que han cubierto los créditos y alcanzado un promedio como para convertirse en los primeros estudiantes en formar parte de una generación que salvó obstáculos o pudo disfrutar las mieles del llamado Modelo Integral y Flexible de la Universidad Veracruzana.
No quisiera detenerme aquí, ni en los recuerdos que eventos de este tipo suelen generar en quien asiste (amigos, familiares, colados), finalmente lugares comunes a los que se vuelve de vez en vez, cuando se sabe pasó por experiencias similares en algún momento de su vida. No obstante, puede que quizá no quede de otra.
Y es que reconocer en estas diez chicas y esos dos varones un puñado de esperanzas, no impide dar un paso adelante para asimilar estos instantes de gozo que mañana podrán trocarse en momentos de claroscuro. He aquí lo festivo del rito de salida, he aquí un mañana que se encarna y se devela incierto; aquí doce corazones que al día siguiente empezarán un periplo para tratar de obtener los reconocimientos que cualquiera de sus profesores ya hizo a lo largo de su formación, pero que ahora corresponde a esta sociedad abrirse a la celebración para después acoger a quienes ya cumplieron con su parte.
Los veo y en cada uno de sus rostros, en sus sonrisas, en la felicidad que emana por sus cuerpos, los allí reunidos sabemos han cumplido con la apuesta de haber encarnado las esperanzas que seguramente sus padres depositaron en ellos, inversión de sueños que pudo desbordarse por el desvelo, pero que en cada abrazo, en cada gesto, en cada mirada que ilumina esta noche, pareciera arrojar saldos favorables.
Por ello, esta noche es de graduación. La ocasión para transmutarse en doncellas, en caballeros; en la suma de un mundo que ha trazado un compás de espera para congelar el tiempo y dejar que todos disfrutemos de los últimos alientos que como estudiantes universitarios estos jóvenes viven.
Qué importa que mañana les asalte la zozobra, les angustie saberse fuera de las aulas, ahora y junto a quienes más quieren, al lado de aquellos que pudieron llegar, tanto como esos otros que invariablemente se quedaron en el camino, pero que saben colmados de gozo, es tiempo de levantar y brindar en esta noche de rosas y vinos que ha sido diseñada para ellos. Por eso mismo, ¡salud!, aunque detrás de quien escriba, agazapadas estén las dudas y tal vez los llantos que hace muchos ayeres pudimos haber tenido.
En fin, esta noche es su noche, mañana… mañana será otro día.

La 19...

lunes, 15 de septiembre de 2008

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La multiplicación de las flores*
Héctor Cortés Mandujano

A las tres Margaritas.

Describamos la fotografía. Es una muchacha. De perfil. “Por sobre la oreja fina/ baja lujoso el cabello,/ lo mismo que una cortina/ que se levanta hacia el cuello”. En su mirada se ha puesto la noche. Tiene un gesto melancólico.
Si conociéramos a su mamá podríamos afirmar que se le parece. Quizás tienen el mismo color de pupilas, tal vez se peinan de la misma manera. Sin duda se quieren. Hay melancolía en la joven retratada, pero no tristeza.
Y si supiéramos algo de la abuela encontraríamos algunos detalles de aquella mujer en ésta. El nombre, entre otras cosas, por ejemplo. Rocemos el lugar común: las mujeres, se ha dicho desde el principio de los tiempos, son flores. Florecen en la juventud, huelen a jazmines, las bocas son rosas, pétalos las pestañas que rodean la flor lumínica de los ojos. Es una flor, pues, esta muchacha. Y las flores, es una obviedad, dan flores. Antes de esta joven, entonces, hubo una flor y antes de ese antes una flor hubo.
Ya lo tenemos: la muchacha de la fotografía procede de un jardín familiar, de flores anteriores. Sólo nos resta adivinar su nombre. Es delicada, sutil, fresca. Su cabello no es como la noche. Más bien tiene el color de cuando el sol expira o de cuando el astro al alba llega. Dorado. Su rostro está rodeado por la sombra, pero detrás de la oreja lleva el firmamento, del lóbulo cuelga la luna.
En un viejo poema de Rubén Darío hay una princesa que ve en el cielo una estrella aparecer y decide ir a cortarla. Cuando vuelve y el padre le pregunta adónde ha ido, ella responde: “Fui a cortar la estrella mía/ a la azul inmensidad”. Nuestra joven ha cortado estrellas y se las ha puesto sobre la piel. Por tanto, es evidente, se llama Margarita, como su mamá, como su abuela.

*Texto inspirado en la fotografía de Raúl Ortega, publicada en La noche 16, del 25 de agosto de 2008. El entrecomillado del inicio corresponde al poema XLIII, de José Martí.


Foto: Raúl Ortega (Chiapas)

Foto: Félix Cúneo (Veracruz)







La ninfa de las estrellas diurnas
Genaro Aguirre Aguilar


Un vuelo de imaginación
desde la treceava entrega del Raúl Ortega

Era temprano al caer la tarde, cuando la vi. Apenas había salido de casa para accidentalmente tropecé con ella. Sin apenas decir más que un “disculpe”, continué con su camino. Instantes después, la reconocí cruzando la calle para tomar el camión exactamente en la acera de enfrente. No tenía nada que hacer a esa hora, así que cruce la calle y me paré a un par de metros de ella. Sonreí pero no hubo respuesta. A lo mucho una mirada negada que tenía una extraña profundidad para mí desconocida. Segundos después, la observé con más detenimiento, confiado que la persona que se interponía entre nosotros, impedía que ella reconociera la insistencia con que este desconocido la veía. Fue al mirar su cuello que descubrí tres extrañas marcas a un lado del lóbulo de su oreja izquierda. De pronto no tuve la certeza de lo que pudieran ser: lunares, huellas, tatuajes… un acertijo. Ya no hubo tiempo. El camión llegó y decidí subir tras de ella. Quise colocarme detrás, pero no pude. Alguien había ocupado antes el asiento. Como quiera, tres lugares después me permitieron reconocer sus tatuajes. Cual botón perlado, un arete parecía ser custodio de aquella nuca iluminada por un triángulo de estrellas con cierta luminosidad que no sabía de dónde provenía. Quizá por ello, la facilidad con que poco a poco me fui perdiendo, volcado como estaba en la contemplación de aquel hermoso cuello. Cuando me di cuenta, estaba bastante lejos de mi rumbo, en una zona que me parecía desconocida. No sé si hacia el norte del puerto o por el rumbo que lleva la carretera a Cardel. Volteé a los lados y pude reconocer a las mismas personas, en su misma actitud y como si estuvieran fuera de sí; es decir, extraviados en algún lugar que era precisamente otro y no aquel que ocupaban en sus asientos. Fue en ese momento que sentí cómo el chofer me miraba desde el retrovisor, quien sin importar que yo devolviera la mirada, parecía querer esbozar una sonrisa. Volví la vista hacia ella y fue cuando me di cuenta que no era la misma fémina que me trajera hasta aquí. Sobre su mirada una ausencia que en el instante pasó a ser generadora de un extraño brillo. Al rato, un silencio cuando el camión tomó un sendero inhóspito. Tras recorrer una decena de metros, se detuvo al abrirse un claro en medio de un caserío abandonado. La luna fue la que me permitió ver más allá del parabrisas del autobús, justo antes que alguien desde el fondo dijera “hemos llegado”. La chica sin decir nada se puso de pie. Volteó hacia mi y pareció decirme la siguiera. Sin quererlo, me vi caminar como atraído por una extraña fuerza. Pocos metros después fui flanqueado por un grupo de pequeños seres que me tomaron de la mano. La dirección que tomamos fue hacia una covacha que parecía ser un templo primigenio. Los cirios, el olor a incienso y los vestigios de animales muertos, provocaban un cierto olor a acidez y a estado putrefacto. Contrario a lo que pudiera esperar, en mí no había temor alguno. Al contrario, había un cierto estado de gozo y sobreexcitación, cuanto más al ver salir detrás de una desvencijada puerta, a la chica de las estrellas en la nuca vestida con un atuendo vaporoso y una diadema hecha de hierbas que le adornaba la frente. A sus costados, un par de mujeres portando sendos cetros. Se dirigieron hacia el centro mientras ella aguardaba al fondo. Sin darme cuenta, me encontré tumbado boca arriba rodeado de aquellos extraños seres, quienes sin decir nada me sujetaron a unas estacas. A una señal de las dos mujeres, trasmutada en sacerdotisa, la chica se dirigió hacia mí mientras iba despojándose de su atuendo. Se detuvo a la altura de mis pies para inmediatamente colocarse en cuclillas. Como felina fue librando mi cuerpo hasta que se rostro quedó a la altura del mío para abrir la boca y dejar escapar un aliento mientras yo era testigo de cómo las estrellas del cuello se desprendían de la piel y comenzaban una fantasmagórica danza alrededor suyo, hasta que de pronto quedaron incrustadas en mi mejilla. Claramente noté cómo volvía a abrir la boca para que una extraña mueca dejara mostrar una filosa dentadura. Después de eso no recuerdo gran cosa. Sólo aquel dolor excitante mientras sus dientes desgarraban mi cuello a mordiscos, justo cuando un extraño calor líquido corría desde mis entrañas hasta explotar en medio de la nada. Me desperté sudando y con la duda de lo vivido, hasta que mis manos hurgaron en la entrepierna y un viscoso líquido terminó por ser la marca de lo acontecido.

Noche 18...

lunes, 8 de septiembre de 2008

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El amante de la señora Rabbit*

Héctor Cortés Mandujano


A Papu, Alejandra y Balam, con un abrazo cibernético



En mis ensoñaciones infantiles y adolescentes, las mujeres pertenecían a la orden de las hadas. Creí que cuando una me eligiera (los hombres nunca elegimos, salvo a las prostitutas) me hallaría ante un ser mágico, de sutiles sentimientos, de delicado actuar. No fue así. La primera mujer de la que estuve enamorado odiaba a mi mamá y me prohibió salir con mis amigos; por la segunda caí en el abismo de las drogas, del que salí, con la tercera, quien decidió amarrarme a la pata de su cama, esconderme bajo su falda. Terrible. Quise olvidar mis sueños ingenuos y volverme un canalla, de modo que, con la cuarta, tuve en mis acciones un cambio sustantivo. Inútil. Me destrozó el corazón.

Cuando vi la cinta “¿Quién engañó a Roger Rabbit?” descubrí que el objeto de mi pasión podía ser, mejor, una caricatura dibujada ex profeso para mí. Jessica Rabbit, la bellísima mujer de cómic, se convirtió en mi obsesión. Vi la película mil veces y, en compañía de mi perro, me tomé una foto frente al espejo, dibujándome una parte del cuerpo, mutilándome una parte de humanidad para ya no resentir fracasos amorosos. Era mejor estar enamorado de un dibujo, ser un dibujo, que enfrentar la dura realidad de las mujeres reales. Y así pasé, solo, muchos años.
Un día, en un escaparate, la vi y supe que éramos el uno para el otro. Mi vida se transformó con su rostro estático: nariz perfecta, ojos soñadores, boca apetecible. “De una pedrada me cargué el cristal y corrí, corrí con ella hasta mi portal”. Desde entonces vive conmigo y la adoro. Es el mejor maniquí que podría haberme encontrado.


*Texto inspirado en las fotografías de Félix Cúneo (La noche catorce, del 11 de agosto) e Isaac Aguilar (La onceava noche, del 21 de julio de 2008). Las frases entrecomilladas corresponden a la canción “De cartón piedra”, de Joan Manuel Serrat.



Foto: Raúl Ortega ( Chiapas )


Foto: Félix Cúneo ( Veracruz )

Foto: Alexis Sánchez ( Chiapas )

Foto: Isaac Aguilar ( Veracruz )



Retrato hablado
Genaro Aguirre Aguilar


Una relectura a la noche del Félix Cúneo,
en su decimacuarta entrega

Cuando afirmé que era él a quien había visto escabullirse tras el escándalo que armó a unos metros de donde me encontraba, estaba suficientemente confiado, aun cuando sabía que la poca luz que iluminaba el callejón impedía tener la claridad como para barajar certidumbre en torno a la identidad de quien había dejado tras de sí a un cuerpo molido a golpes. Como quiera que sea, sabía que podía tener un As, al saber de la poca costumbre que se tiene en estos días de vestir como dandy, con todo y su sombrerito de alas caídas. Así, el tipo delgado con amplia frente y sombrero ligeramente echado hacia atrás que corría apresurado sin importar tropezar conmigo, tenía que ser él.

No obstante, conforme fueron pasando los días, la duda me ha asaltado, todo por una condenada fotografía que me encontré por ahí en un viejo periódico. En ella, un sujeto parado frente a un espejo oval de esos que había en las casas de antes, se hace un autorretrato. La imagen es el vivo retrato del tipo que creí ver aquella madrugada. Así de flaco, así con su sombrero, así con los brazos nervudos; la diferencia es que éste podría ser un artista, de esos que acostumbran montar exposiciones, trabajar en revistas o colaborar en esas cosas que uno puede encontrar en la llamada Internet y que no recuerdo como le llaman.

La razón tuvo que ver con este hallazgo. Por ello, tras unos días, he vuelto al mismo callejón, ese que tras aquel acontecimiento dejé de frecuentar; después de todo más vale no andar buscando tres pies al gato a sabiendas que el destino puede jugarte una mala pasada. El interés en esta ocasión, es tratar de organizar mis ideas, de buscar darle precisión a los recuerdos. Para esto, vuelvo a tomar posición tal cual estaba aquella madrugada, a los mismos metros que me encontraba. Me recuesto sobre las baldosas, me cubro con el viejo cobertor y asomo el rostro como lo tenía entonces. Como retazos intermitentes se dejan venir las imágenes. Y justo cuando escucho el trote de aquellos pasos que preceden al golpe sobre mi estómago, una nebulosa me ciega sin poder determinar si fue por el puntapié que aquel tipo me diera en su huída o por el calor propio de la caña que ha carcomido mi hígado y mi propia mente.

Nada. Vuelvo a la incertidumbre que ha provocado esa imagen del diario. Tras unos instantes, me levanto para sacar de entre mis ropas aquel viejo recorte, lo desdoblo y lo miro: allí esta ese tipo con su cámara haciendo clip al reflejo que de él mismo muestra el espejo. Es tan parecido. Sacó el otro recorte y confirmo. Es la misma mujer que hallé hecha una masa sanguinolenta cuando me acerqué tras ver cómo aquel energúmeno remataba a aquella pobre mujer ya casi muerta en el piso. Tan igual como la encontraría a la mañana siguiente el chico del camión de basura que recogía los botes de desperdicio. Lo curioso es que los dos son recortes del mismo día, únicamente que venían en periódicos distintos y si mal no recuerdo, en secciones diferentes.

He aquí del porqué la duda que ahora tengo: el tipo puede ser el mismo o tal vez ese extraño doble que suele deambular por allí y que muchos dicen todos tenemos.

La Noche 17...

lunes, 1 de septiembre de 2008

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La noche es una mujer dormida sobre una máquina*
Héctor Cortés Mandujano


80 kilómetros por hora. Hay una patrulla. Me ven los polis. Ojetes. Voy llorando. Harto de todo. Llueve, deja de llover. ¿Por qué lloro? Estoy borracho. 100, 110, 120 kilómetros por hora. Recuerdo una canción de Roberto Carlos, le gustaba a mi papá. “No, no dejo marcas al camino, no quiero regresar”. ¿Por qué nací, para qué? 130. Esta podría ser la última curva. Quiero encontrarme con la pálida, la huesuda. Veo el parabrisas y la sombra de lo que pasa volando. 145. ¿Cómo me detendré cuando termine esta autopista? No quiero. “A veces pienso que el mundo ya se olvidó de mí”.Voy a estrellarme con lo que sea. Otro trago. El humo me hace llorar más. Motita. 150. Algo pasa con el coche. Parece crepitar. 155. Estoy perdiendo el control. 160. Chirrido de llantas. A la chingada. El ruido es preocupante. Otro churro y esto se pone mejor. Maldita sea. Un trago más. Me estoy deteniendo. Tose. ¿O soy yo? En la orilla hay otro carro. ¿Llegaré hasta él? Llegué. Esto ya no camina. Hay una mujer acostada en su coche. Modelo antiguo. Rarísimo. ¿Será la mota, el trago? Me ve. Avanzo hacia ella. Parece coquetearme. Una negra sabrosa.
—Hola —me dice sin moverse.
—¿Qué haces aquí?
—Esperándote.
—¿Cómo sabías que iba a detenerme?
—Lo sé todo de ti, mulato, me andabas buscando y me encontraste.
Me hace señas y vuelvo la vista hacia la carretera. El auto está envuelto en llamas.
—¡Mi coche se quema!
—Y tú dentro de él, mi amor. Tu cuerpo ya está asado. Ven, recuéstate aquí. Soy tu muerte, mi negro, no soy pálida ni huesuda. Eso piensan los tontos que creen esas bobadas. Hasta aquí llegaste. Soy tu noche eterna.

*Texto inspirado en las fotografías de Raúl Ortega y Alexis Sánchez, publicadas en La quinceava noche, del 18 de agosto de 2008.


Foto: Raúl Ortega (Chiapas)

Foto: Félix Cúneo (Veracruz)

Foto: Alexis Sánchez (Chiapas)


Foto: Isaac Aguilar (Veracruz)



Lo nocturno en la recreación humana
Genaro Aguirre Aguilar


Quizá entre las cosas aún no explicitadas entre quienes colaboramos semanalmente en este blog pero que sin duda guarda un lugar significativo entre los lugares comunes del romanticismo decimonónico y heredado aún en estos tiempos de acecho mediático, es sin duda el sitio que tiene la noche en y para la reproducción romántica de cierta parte del quehacer humano. Así, pese a que el día tiene 24 horas, la «espirituosidad» que tiene sobre el cuerpo y la mente de hombres y mujeres la noche, hace de esta parte de la vida el retazo de instantes más pleno para develar las regiones sublimes del vivir humano. Nos referimos particularmente al amparo nocturno que sobre el poeta, el escritor, el amante, el vagabundo, el lector, el místico, el artista ofrece la noche, cuando se trata de encontrar estados de creación, de espiritualidad, de reinvención de los mundos habitados, descubiertos o aún desconocidos. Por ello, en el imaginario colectivo o el sentido común de una pequeña parte de la gente, develar el telón nocturno, es abrirse paso a la oscuridad pero también a una extraña forma de encontrar la luz que el mismo sol no suele proveernos. No son pocas las experiencias significativas que en el terreno de la creación intelectual, artística y religiosa reporta la historia. Desde aquel autor de terror gótico que se dejaba atrapar por la imaginación para inventar seres venidos de lugares inimaginables que le asaltaban de noche, a aquella religiosa que en las fronteras de lo permisible, recreaba estadios místicos cercanos al goce erótico encerrada en su oscura habitación, o ese otro que prefiere imaginar un mundo distinto reflexionando sobre su viejo sillón, aun sabiendo que no basta sólo con soñar. Ni qué decir de la trashumancia nocturna y sigilosa del viejo amante que toma por asalto la virginal duerme vela de mujeres insatisfechas o deseosas de cabalgar sobre marejadas de éxtasis, a sabiendas de lo que representa un desconocidos que al abrir los ojos ya no estará. O esas expresiones del deseo nocturno materializado en la liquidez de aquellos sueños que los incubos o los súcubos toman como rehén para hacernos ver cuan endeble somos mientras dormimos. Así las cosas, mientras unos prefieren dormir otros buscamos la manera de ganarle tiempo a la vida, explorando en la noche para exprimir instantes de delicia y exquisitez, pues nunca como lo nocturno para ver una película, para devorar un libro, para sentarse a escribir, como también para cosas mucha mas emocionales que intelectuales, tal sería el caso de andar en las geografías de otros cuerpos o sobre los propios, que para el caso no es lo mismo pero puede llegar a ser un acto de descubrimiento; como también para salir a vagar la ciudad en busca de realidades negadas por la luz del día, ya que finalmente la noche es un espacio/tiempo para transitar de un estado racional a uno otro más bien erótico/emocional, incluso si de crear o culminar una lectura trata, pues puede llegar a ser una experiencia orgásmica Y si no, veamos el reinvento de la noche o lo nocturno, que nuestros apreciables fotógrafos hacen semana a semana.