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La Noche 3.1

lunes, 25 de mayo de 2009

 



Ligia Donají Ramos Soto ( Veracruz )


Noche usual, una bola de lumbre
Brujas volando en lo alto del Cerro del Borrego
El tic que se repite en tu cara como ondas
que una piedra esculpe al caer en el agua.
Una herida, boca con dientes de leche,
jamelgo alado visitando inquilinos endeudados contigo
hace lustros, hace horas.
La noche hace tiritar.
Apenas anoche la luna rebotaba en el marco de la ventana hacia allí mirabas idiotizada.
Cuatro años atrás las noches eran decadencia a través de una lupa, hinchazón, asco.
De regreso a la memoria las noches se descalcifican y son cartílago indefenso.
La noche usual, poco usual.
Camino a tramos en la cuerda floja, a tramos una ancha carretera con flechas que indican sur o norte.
Estática a veces, diurna en ocasiones,
la noche es usualmente poco usual.


Foto: Cintia Durán ( Jalisco )


Daniela Rea Gómez ( DF )

Mario Bros se gana una vida.

Si fuera cierto que las casualidades no existen, el coletazo que nos dio el huracán Dean a un compañero periodista y a mi cuando reporteábamos el desastre para nuestros diarios, sería la mejor muestra de ello.

Habían pasado seis horas de que el huracán rasuró la península de Yucatán, en agosto del 2007, cuando Diego y yo, a bordo de un “pejemóvil” que rentamos fuimos a Majahual para ver los estragos en ese puerto donde se construyó un muro para aislar a la pobre aldea de pescadores del muelle donde desembarcaban ricos turistas europeos.

Pero a mitad de camino, de esa aburrida y tensa recta de 70 km, una bolsa de aire provocó que el auto saliera disparado, diera tres vueltas en el aire y cayera en un mangle, donde comenzó a hundirse. Yo me estrellé contra el parabrisas y se me machacó el cachete izquierdo, se me voló un pedazo de piel y se me reventó la arteria, esa vena que lleva sangre al cerebro y que tiene la misma presión sanguínea que la primera orina de la mañana.

Si comúnmente por esa carretera pasan en promedio 4 autos por hora, después del huracán era un desierto: sin autos, sin señal de celular, sin ningún puesto de auxilio. Pero apenas cinco minutos después de que nos volteamos un automóvil surcó el silencio, le hice la parada con la cara ensangrentada y de la puerta trasera bajó un señor que sólo dijo “i am a doctor”. Y quien venía manejando el auto, Alejandro Tomáis, había sido piloto profesional en su lejana argentina.

Fue el doctor Adam quien me dijo que si no me cosían de inmediato me podría desangrar. Pero ellos traían sólo la gasolina suficiente para llevarme a un poblado intermedio llamado Limones, no a Chetumal donde estaban los hospitales, a una hora de distancia. En el camino cruzamos con una patrulla de la PFP y otro camión militar que nos negaron el apoyo. Ellos estaban ahí para retirar los árboles que el huracán dejó en las carreteras.

En Limones un señor llamado Daniel, taxista, se ofreció para llevarnos a Chetumal. Su casa de palma estaba completamente destruida. Acostada boca arriba, con mis playeras amarradas a la cabeza, veía el cielo despejado después de cualquier huracán, árboles destrozados, narices jadeantes, ojos alertados porque la sangre no paraba… Por fin llegamos al hospital que estaba inundado, sin luz eléctrica y con un tímido estudiante de medicina que salió disparado del hospital en busca de doctores en cuanto me vio. El personal médico estaba reparando los techos y ventanas de sus casas, destruidas por el huracán.

La cirugía empezó sin anestesia –el anestesiólogo estaba atrapado en el techo de su casa- y duró cuatro horas. Me sacaron 25 pedazos de vidrio de la cara que aún guardo como amuleto. Al día siguiente llegaron al hospital con un peluche Alejando y Adam, los tipos que me salvaron la vida. Ahora los veía con su cara de abuelos benévolos, más parecidos a ángeles de la guarda que a un piloto profesional y un médico jubilados. Dicen que minutos antes de encontrarme en la carretera venían discutiendo si valía o no la pena seguir el camino, si de todos modos estaba destruida su casa de campo.

El periódico pidió que me trasladaran a la Ciudad de México en un avión de Presidencia, porque los vuelos comerciales estaban suspendidos.

Dos semanas después del accidente, durante el reposo en casa, soñé que era Mario Bros y me ganaba una vida.



Foto: Félix Cúneo ( Veracruz )


Deisy Medel. ( Veracruz )


Todo es naranja, tengo miedo. Escucho las balas a lo lejos, pero las siento muy cercanas. De repente me veo cargando a un bebé que ha sido ahogado en una botella, es una locura, ¡sé que estoy soñando y me quiero despertar! Abre los ojos, ouvre les yeux... Jardínes de epífitas, ahora estoy como en Babilonia, con el estrés de Babilonia: un hombre muerto camina directo a su propia tumba, lleva un sombrero de tela, está viejo, barbado y canoso. Un hada lo ve y le teme, cae y se arrastra entre las enredaderas... Ahora todo es verde. ¡sé que estoy soñando y no me quiero despertar! Abre los ojos, ouvre les yeux...



Foto: Martín Cuende ( Veracruz )

2 comentarios:

tona dijo...

sobres!!! te estás poniendo muy sangriento padre!!! saludos!!

multicromática dijo...

Daniela: que tal si son 7 vidas como los gatos? Que increíble experiencia! Me contaste un poco aquella vez que nos vimos en la Fototeca pero ahora lo entiendo mejor. Definitivamente eres afortunada!
Te mando un beso y un abrazo extra CHONCHO

Inés