Un corazón que salva al mundo
Héctor Cortés Mandujano
A Paulita, obviamente.
El primero de enero del año 2000 era la fecha del fin del mundo. Varias profecías lo señalaban. Ante la noticia hubo, por supuesto, los incrédulos, los indiferentes y aquellos que decidieron hacer algo. Un grupo ayunó y subió hasta el pico de una alta montaña mexicana. En el primer minuto del año unieron las manos y, en silencio, cada cual repitió palabra por palabra el rezo extraño que habían ensayado. Cerraron los ojos y levantaron el rostro al cielo. Así permanecieron hasta saber que su acto había triunfado sobre la amenaza del holocausto. El mundo continuaba, continúa. Ellos lo salvaron con su fe.
Hay una tendencia a creer que los grandes sucesos naturales se presentan con bombo y platillo, con alharacas. No es así. El mundo, por ejemplo, dice la Biblia, nació de una manera muy simple. Dios dijo hágase la luz y la luz se hizo. Magia tremenda. Lo crees o no lo crees. Y así las montañas, el mar, el viento, el hombre, la mujer, el escarabajo, todo.
En cambio, hay alarmas, ahora, a la orden del día: sobrecalentamiento global, inundaciones, hoyos de ozono en el cielo, sequía en algunas partes del mundo, fuegos incontrolables. Los activistas obligan a presidentes a suscribir convenios de protección ambiental, grupos acordonan de paz a pueblos en guerra, héroes y heroínas salvan ballenas, muchos ayudan a que la vida en el planeta continúe. La gente buena, sin embargo, no sale en las noticias; su trabajo es sutil, cercano a lo inexplicable.
Esta labor de tantos se hace también de manera individual, sin que nadie parezca notarlo. No la pueden hacer los hombres que se han envilecido en el odio, ni las mujeres dominadas por sentimientos mezquinos. No ayudan los niños que arreglan sus diferencias a golpes o insultos. Las ideales para este trabajo parecen ser las niñas que han sido tocadas por la bondad y el amor actuante.
El peligro del fin del mundo puede existir en este momento, pero viene aparejado con una solución, que sólo pueden captar los seres que no han perdido la capacidad de creer en lo que los demás consideran una ilusión, una fantasía.
Muchos pueden estar pensando en la destrucción de todas las cosas y no tendrán éxito porque alguien (un ser de espíritu noble, de alma ingenua) lo vencerá con un movimiento aparentemente simple y un pensamiento poderoso: levantar los brazos y alzar el rostro rumbo al cielo. Pensar en lo maravilloso que es el universo, la vida.
Lo malo que podría ocurrir no ocurre cuando una niña levanta su corazón y lo muestra, espejo límpido, para que los elementos que nos han creado vean que la humanidad aún tiene futuro. Tal vez sus palabras también sean sencillas: ¿Quién dijo que todo está perdido? Yo vengo a ofrecer mi corazón.
Y esa convicción amorosa permite que el mundo siga dando vueltas.
*El subrayado es parte de una canción de Fito Páez. El texto está inspirado en la fotografía de Raúl Ortega, publicada en La novena noche, el 07 de julio de 2008.
Hay una tendencia a creer que los grandes sucesos naturales se presentan con bombo y platillo, con alharacas. No es así. El mundo, por ejemplo, dice la Biblia, nació de una manera muy simple. Dios dijo hágase la luz y la luz se hizo. Magia tremenda. Lo crees o no lo crees. Y así las montañas, el mar, el viento, el hombre, la mujer, el escarabajo, todo.
En cambio, hay alarmas, ahora, a la orden del día: sobrecalentamiento global, inundaciones, hoyos de ozono en el cielo, sequía en algunas partes del mundo, fuegos incontrolables. Los activistas obligan a presidentes a suscribir convenios de protección ambiental, grupos acordonan de paz a pueblos en guerra, héroes y heroínas salvan ballenas, muchos ayudan a que la vida en el planeta continúe. La gente buena, sin embargo, no sale en las noticias; su trabajo es sutil, cercano a lo inexplicable.
Esta labor de tantos se hace también de manera individual, sin que nadie parezca notarlo. No la pueden hacer los hombres que se han envilecido en el odio, ni las mujeres dominadas por sentimientos mezquinos. No ayudan los niños que arreglan sus diferencias a golpes o insultos. Las ideales para este trabajo parecen ser las niñas que han sido tocadas por la bondad y el amor actuante.
El peligro del fin del mundo puede existir en este momento, pero viene aparejado con una solución, que sólo pueden captar los seres que no han perdido la capacidad de creer en lo que los demás consideran una ilusión, una fantasía.
Muchos pueden estar pensando en la destrucción de todas las cosas y no tendrán éxito porque alguien (un ser de espíritu noble, de alma ingenua) lo vencerá con un movimiento aparentemente simple y un pensamiento poderoso: levantar los brazos y alzar el rostro rumbo al cielo. Pensar en lo maravilloso que es el universo, la vida.
Lo malo que podría ocurrir no ocurre cuando una niña levanta su corazón y lo muestra, espejo límpido, para que los elementos que nos han creado vean que la humanidad aún tiene futuro. Tal vez sus palabras también sean sencillas: ¿Quién dijo que todo está perdido? Yo vengo a ofrecer mi corazón.
Y esa convicción amorosa permite que el mundo siga dando vueltas.
*El subrayado es parte de una canción de Fito Páez. El texto está inspirado en la fotografía de Raúl Ortega, publicada en La novena noche, el 07 de julio de 2008.
Foto: Raúl Ortega (Chiapas)
En tornos de nocturnidad melódica
Genaro Aguirre Aguilar
1 comentarios:
Si todos tuviéramos esa mentalidad tan positiva, no existiría ni la mitad de los problemas actuales.
Desgraciada o afortunadamente todos somos de diferente condición.
Un saludo y hablamos
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