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La Sexta Noche...

lunes, 16 de junio de 2008

 

Ladrones de realidad
Héctor Cortés Mandujano

Algo pasa en ese tejido complejo que, por cómoda convención, llamamos realidad. Ese algo puede ser un lanzallamas callejero, un gallito de barro, el humo del café, una vendedora que habla por su celular mientras todas las cosas que vende parece escucharla, una niña durmiendo.
Algo pasa y, a veces, también, paradójicamente, se detiene. Pasa porque el lanzallamas se irá a dormir a una covacha, al gallito lo cambiarán de lugar o se romperá, el humo se perderá en el aire, la vendedora podrá cambiar de actividad y la niña, ojalá, se volverá adolescente, mujer, anciana…
Ese algo se detiene porque, en un preciso instante, alguien puso freno al natural discurrir del río interminable de la realidad.
Ese alguien ha estado cerca de las cosas que pasan y se detienen; ha visto y ha hecho una composición; ha recortado una parte minúscula de la realidad, un fragmento (una cabeza rapada, un hombre que camina entre sombras, un fantasma que sale del mar), y lo ha inmovilizado, lo ha vuelto una imagen que ya no se mueve.
Este ladrón de imágenes ha guardado cuidadosamente su botín, lo ha encerrado en un adminículo que cuida con celo. Con extremo cuidado ha sacado después ese minúsculo trozo de una realidad que ya no es (las cosas, decíamos, de donde extrajo esa minucia, han seguido caminando) y, luego de varias acciones que rayan en la magia, la ha vuelto otra realidad. Qué prodigio. Aquello ahora es esto y el ladrón se solaza con su habilidad, sonríe ante el diamante que antes, tal vez, sólo fue carbón.
Ha tomado del mundo un grano, pero ese grano es también el mundo. En cada gota de agua está el mar. Todos los fuegos, el Fuego.
El ladrón puede llamarse Félix, Raúl, Alexis o Isaac (todos los hombres, en el instante vertiginoso del coito, son el mismo hombre, dice Borges, y lo son también después de ese instante, ¿por qué no?) y es un perseguidor de la oscuridad, un celebrante de la noche. Él, con ojos en las manos, ha logrado que una noche, las noches, las mil y una noches, se vuelvan parcelas de asombro, síntesis del mundo, realidad detenida: fotografías.


Foto: Raúl Ortega ( Chiapas )

Foto: Félix Cúneo ( Veracruz )

Foto: Alexis Sánchez ( Chiapas )

Foto: Isaac Aguilar ( Veracruz )


La noche de La Pepencha
Genaro Aguirre Aguilar

Como otras tantas ocasiones, aquella noche se volvieron a encontrar en la misma esquina de siempre. En medio de la tenue luz que proyectaba la amarillenta lámpara que –decían- fue la primera que se instaló en el barrio, uno a uno iba llegando al dar las nueve de la noche. Desde que habían cruzado la adolescencia, solían reunirse en aquella esquina después de pasar con “El Teco” a comerse unos tacos de barbacoa. Fueron “El Dumbo”, “El Loco”, “La Tuza” y “Urco”, los primeros en arribar a aquella vez. Como siempre, la síntesis del día era remitirse a los atracones deportivos que se daban con los “Los chiqueros”, un equipo del barrio formado por puritito familiar, a quienes se les consideraba rivales históricos y frente a quienes, de tarde en tarde, ponían en prenda la vida en una cascarita que solía ser la única experiencia de dignidad por aquellos días. Aquella noche, las bromas fueron las mismas aunque no con la intensidad de otras ocasiones. Más tarde, se sumaría “La Pepencha”, “El Fantasmagórico” y “El Nene”. Igual que muchas noches, las anécdotas tarde que temprano se centrarían en los amoríos del colegio, en el acostón con alguna vecina o el rapidín con la última de las prostitutas que acababa de llegar al burdel de “Doña Tere”. Es sabido: para esos años la experiencia en las lides sexuales, era más inventiva que aventuras reales. Lo importante era mostrarse como el más “rejón” del grupo. Los pormenores venían en carretadas, para al final coronar con carcajadas la puntada de alguno de aquellos amigos. Era noche ya tarde, cuando “La Pepencha” dijo que se marchaba, que tenía que hacer algo. Todos rieron con el primero en retirarse cuando a alguien se le ocurrió pedir saludara a su hermana. Regularmente era la broma, sumada al gozoso momento de recordarle había sido el último de aquel grupo en haber sido “desquintado” con “La Guayaba”. Apenas esbozó una lánguida sonrisa antes de despedirse y dar la espalda para que su afilada silueta se perdiera en las penumbras del callejón. La gioconda sonrisa de aquella vez, sería la última que verían de “La Pepencha”. Al otro día, como reguero de pólvora se sabría en el vecindario del asesinato de uno de “Los Uscanga”: el menor, quien fue encontrado tirado con un estilete clavado a media altura de su cuerpo. Sabedores de lo violento de esa familia, muchos temieron por lo que podría pasar. Y sí, fueron días de crispación en el barrio, de tensión entre dos familias que habían dejado de ser amigos para encarnar la virulencia de la barbarie revelada en un instante. Bajo la lámpara de la que pendía un nido de golondrinas, aquella noche nadie imaginó lo que haría “La Pepencha” unas horas después. Asesinar a quien más tarde se supo había violado a su hermana, ese objeto de broma fraterna y quien apenas se preparaba para cumplir sus quince primaveras.

2 comentarios:

Papu García dijo...

He accedido a tu blog a través de otro (el mono a pie).
Me ha gustado mucho tu trabajo, tanto los textos como las fotografías, es por lo que decidido en lazarte en mis dos blogs para visitarte a menudo.
http://papugarcia-autor.blogspot.com/
http://papugarcia-imagen.blogspot.com/
Un saludo

Anónimo dijo...

La foto de Raúl Ortega es espectacular!...Toda una sexta noche. Felicidades!