Carta de un pianista a una cantante de rock*
Héctor Cortés Mandujano
Foto: Raúl Ortega (Chiapas)
Héctor Cortés Mandujano
Al sonar las tres de la mañana
los muñecos se paran a bailar.
La casa está dormida,
nadie los verá…
“Baile de los muñecos”, de Cri Cri
los muñecos se paran a bailar.
La casa está dormida,
nadie los verá…
“Baile de los muñecos”, de Cri Cri
Linda mía, Ely:
Te escribo este recado con rapidez, pues, lo sabes, sólo tengo, tenemos, escasos momentos para dejar de ser estatuas.
La noche, para nosotros, desde hace tiempo, es un reflector que nos da en la espalda. La luz que a mí llega se estrella contra mi ropa formal; en tu espalda la luz se vuelve el día: eres la iluminada y, al mismo tiempo, la que ilumina.
Estamos en escenarios alejados y nuestra música viene de vertientes distintas. Yo hago que, con mis dedos, la madera cante; tú cantas y tu canción viene desde dentro de ti misma y es tu voz el potente y bello instrumento que la pone en los oídos de todas las silenciosas fotografías que nos acompañan. Yo me peino con fijador, para que ningún cabello esté fuera de su lugar; tu cabellera es una explosión de rebeldía.
Yo toco el piano en la cuarta noche y tú cantas en la novena. Yo soy una criatura inventada por Alexis Sánchez y a ti te capturó Isaac Aguilar. Somos, en apariencia, sólo dos fotografías instaladas en un blog que se llama La noche.
Mi foto no tuvo pie, nadie me dio un nombre, soy un hombre anónimo que toca el piano, y a ti Isaac te ha llamado Ely Guerra. Nos pusieron en jaulas distintas, pero cuando nadie visita el blog, cuando todas las computadoras se apagan, y nosotros podemos vivir la vida cibernética que nos ha sido otorgada, toco para ti la melodía que sé llegará hasta tu corazón y luego oigo que cantas para mí esa canción tuya que me gusta: “Nuevos ojos, nueva piel, nuevas las manos del placer, van metiéndose y de a poco dominando mi querer”…
Ely, tal vez algún día podamos huir de este blog que nos aprisiona, quizás alguna vez podamos estar en la misma noche y yo tocaré para ti desde mi tristísimo piano enamorado, mientras tú me cantas una de tus canciones al oído. Alguien ha encendido una computadora, tengo que irme. Adiós. Hasta entonces.
El anónimo pianista que te ama.
*Texto inspirado en las fotos de Alexis Sánchez (cuarta noche, dos de junio de 2008) e Isaac Aguilar (novena noche, siete de julio de 2008).
Estamos en escenarios alejados y nuestra música viene de vertientes distintas. Yo hago que, con mis dedos, la madera cante; tú cantas y tu canción viene desde dentro de ti misma y es tu voz el potente y bello instrumento que la pone en los oídos de todas las silenciosas fotografías que nos acompañan. Yo me peino con fijador, para que ningún cabello esté fuera de su lugar; tu cabellera es una explosión de rebeldía.
Yo toco el piano en la cuarta noche y tú cantas en la novena. Yo soy una criatura inventada por Alexis Sánchez y a ti te capturó Isaac Aguilar. Somos, en apariencia, sólo dos fotografías instaladas en un blog que se llama La noche.
Mi foto no tuvo pie, nadie me dio un nombre, soy un hombre anónimo que toca el piano, y a ti Isaac te ha llamado Ely Guerra. Nos pusieron en jaulas distintas, pero cuando nadie visita el blog, cuando todas las computadoras se apagan, y nosotros podemos vivir la vida cibernética que nos ha sido otorgada, toco para ti la melodía que sé llegará hasta tu corazón y luego oigo que cantas para mí esa canción tuya que me gusta: “Nuevos ojos, nueva piel, nuevas las manos del placer, van metiéndose y de a poco dominando mi querer”…
Ely, tal vez algún día podamos huir de este blog que nos aprisiona, quizás alguna vez podamos estar en la misma noche y yo tocaré para ti desde mi tristísimo piano enamorado, mientras tú me cantas una de tus canciones al oído. Alguien ha encendido una computadora, tengo que irme. Adiós. Hasta entonces.
El anónimo pianista que te ama.
*Texto inspirado en las fotos de Alexis Sánchez (cuarta noche, dos de junio de 2008) e Isaac Aguilar (novena noche, siete de julio de 2008).
Foto: Raúl Ortega (Chiapas)
Juveniles criaturas de la noche
Genaro Aguirre Aguilar
Pongamos son chicas que andan en los veinte años, aun cuando sabemos lo difícil que en estos tiempos es tener certeza sobre la edad que tienen las mujeres, quienes han hecho de esa etapa de vida una experiencia caracterizada por cierta estética capaz de desdibujar certezas en torno los años que realmente tienen. Así, una cuarentona o una adolescente, hoy día pueden mostrarse lozanas y comúnmente joviales, por la facilidad que existe en el mercado cosmético de encontrar las formas de enmascarar sus edades. Los atuendos, la bisutería y el maquillaje son recursos que hacen de los cuerpos –quizá- el territorio mejor provisto para mostrar las características de una sociedad de consumo, tanto como las estrategias para jugarle una mala pasada al tiempo.
Son entonces mujeres jóvenes de esas que cuando uno las ve, quisiera encontrar más allá de sus rostros, un proyecto de vida distante de los cánones del último grito de la moda y una industria que pone en vilo a la propia humanidad, al convertir al cuerpo mismo, en un bien de consumo y desecho por igual. Lo cierto es que uno se queda con la idea de estar ante jovencitas que pareciera son producto del mismo molde, de la misma mente estratégica, cuyo oficio es proveer los recursos para configurar un mundo sujeto a estándares del magazín plástico propio de lo que algunos llaman sociedad líquida.
Por ello, ese anuncio espectacular a un lado del bulevar que desemboca en la plaza comercial más importante de la zona conurbada Veracruz- Boca del Río, tal vez sea la mejor expresión de un universo urbano que se cuaja y consume en las noches del puerto, particularmente entre los sectores privilegiados de la localidad, quienes suelen acudir al popular antro que se anuncia.
Así que allí están nueve de ellas (y tres de ellos), encarnando la expresión más significativa de la nocturnidad urbana porteña light: con sus atuendos oscuros, sus cabellos revitalizados por los tintes y los mejores shampoos; de ojos delineados con los colores propios de la ocasión y un ángulo que exprime mejor un conjunto de miradas que convocan, subordinan, someten, detonan la imaginación de quien las ve.
Lo oscuro del diseño en el mensaje (del atuendo de quienes modelan a los colores predominantes en el montaje), remite a la noche, a la «oscuridad», sus territorios y sus personajes. Desde la señal que tres de ellas realizan con sus manos, se está ante un símbolo «demoníaco» heredado del satanismo, que si bien resemantizado por las agrupaciones metaleras, no está desprovisto de una carga simbólica para iniciados, con todo y la lengua que una de ellas nos muestra. Todas son jovencitas de miradas seductoras que terminan por ser la encarnación de las nuevas criaturas de la noche.
Detrás de tales ninfas o diablesas urbanas, el pecado en cualquiera de sus formas: desde el deseo provocado por lo desconocido y sugerido en esos perfiles próximos a besarse a lo pecaminoso de una imaginación observadora que se deja encantar por el diseño iconográfico. O esa suerte de lascivia candorosa en un mirar que provoca estados emocionales en el viajero.
Estos modelos juveniles, son significativamente estereotipos que materializan una opción de la diversión porteña. La evidencia de un cierto tipo de consumo cultural donde la noche es un universo imaginal. En todo caso, la puesta al día de lo desconocido, de aquello que los adultos estamos lejos de dimensionar pero que -camino a casa-, cuando se pone atención o interés a lo sugerido por esos rostros juveniles en el susodicho espectacular, no deja de salir a volar la imaginación o en todo caso, de realizar una lectura socioantropológica de lo que allí puede esconderse.
Son entonces mujeres jóvenes de esas que cuando uno las ve, quisiera encontrar más allá de sus rostros, un proyecto de vida distante de los cánones del último grito de la moda y una industria que pone en vilo a la propia humanidad, al convertir al cuerpo mismo, en un bien de consumo y desecho por igual. Lo cierto es que uno se queda con la idea de estar ante jovencitas que pareciera son producto del mismo molde, de la misma mente estratégica, cuyo oficio es proveer los recursos para configurar un mundo sujeto a estándares del magazín plástico propio de lo que algunos llaman sociedad líquida.
Por ello, ese anuncio espectacular a un lado del bulevar que desemboca en la plaza comercial más importante de la zona conurbada Veracruz- Boca del Río, tal vez sea la mejor expresión de un universo urbano que se cuaja y consume en las noches del puerto, particularmente entre los sectores privilegiados de la localidad, quienes suelen acudir al popular antro que se anuncia.
Así que allí están nueve de ellas (y tres de ellos), encarnando la expresión más significativa de la nocturnidad urbana porteña light: con sus atuendos oscuros, sus cabellos revitalizados por los tintes y los mejores shampoos; de ojos delineados con los colores propios de la ocasión y un ángulo que exprime mejor un conjunto de miradas que convocan, subordinan, someten, detonan la imaginación de quien las ve.
Lo oscuro del diseño en el mensaje (del atuendo de quienes modelan a los colores predominantes en el montaje), remite a la noche, a la «oscuridad», sus territorios y sus personajes. Desde la señal que tres de ellas realizan con sus manos, se está ante un símbolo «demoníaco» heredado del satanismo, que si bien resemantizado por las agrupaciones metaleras, no está desprovisto de una carga simbólica para iniciados, con todo y la lengua que una de ellas nos muestra. Todas son jovencitas de miradas seductoras que terminan por ser la encarnación de las nuevas criaturas de la noche.
Detrás de tales ninfas o diablesas urbanas, el pecado en cualquiera de sus formas: desde el deseo provocado por lo desconocido y sugerido en esos perfiles próximos a besarse a lo pecaminoso de una imaginación observadora que se deja encantar por el diseño iconográfico. O esa suerte de lascivia candorosa en un mirar que provoca estados emocionales en el viajero.
Estos modelos juveniles, son significativamente estereotipos que materializan una opción de la diversión porteña. La evidencia de un cierto tipo de consumo cultural donde la noche es un universo imaginal. En todo caso, la puesta al día de lo desconocido, de aquello que los adultos estamos lejos de dimensionar pero que -camino a casa-, cuando se pone atención o interés a lo sugerido por esos rostros juveniles en el susodicho espectacular, no deja de salir a volar la imaginación o en todo caso, de realizar una lectura socioantropológica de lo que allí puede esconderse.
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