Jorge Yáñez ( Veracruz )
En los últimos tres años, seis personas con las que tenía trato frecuente fallecieron. El periodo relativamente corto con que se sucedieron esas muertes (en algún momento, estaba yo aún conmocionado por la muerte de uno de ellos cuando me enteré que había muerto otro) me hicieron darme cuenta con bastante claridad de ciertos estados mentales que regresan en momentos así, y también de --no se cómo decirlo: cierto truco. Una mañana, sentado sobre el escalón que da al patio, lloraba con la cabeza entre las manos diciendo ¿por qué?... ¿por qué?
Debo aclarar que soy ateo, agnóstico; no creo que haya ninguna gran narrativa ni que existan espíritus, duendes o dioses, solo secuencias de eventos físicos entre los materiales de este planeta. Sí, estamos solos. Y si aclaro todo esto es por que, obviamente, no tiene sentido para mí decir ¿por qué? No creo que haya ningún por qué, pero sí que la materia de este planeta, la misma de la que estamos hechos, se comporta de cierta manera. Y sin embargo ahí estaba yo esa mañana, sentado en el escalón, la cara descompuesta. Y me di cuenta de que estaba diciendo ¿por qué? en voz alta.
Hubo una tarde, unas semanas después, en que estaba yo solo, tomando una taza de té en la banca de parque que hay en el patio. Estaba yo pensando en mi amigo. Pronto me perdí ahí y me puse triste. Recuerdo haber cerrado los ojos pensando en él, y el deseo de llorar. Es cada vez más difícil. Pero la mente… depende de qué tan en control esté. La mente mete todo en los huacales de la razón, en los esquemas en que piensas. "No hay ninguna razón", y todo ese juego de ideas han impuesto un régimen aquí adentro y nos miran fijo a los ojos a todos, nadie puede estar en desacuerdo. Tiene uno que sumergirse por debajo de la razón, bucear bajo ella, hacerle trampitas. Abandonarse al sinsentido. Juro que sentía como si la razón tuviera atrapada a la congoja en mi cerebro; el llanto estaba flotando en mi cabeza y no me salía. Entonces fue que empecé a respirar poco, lentamente, como queriendo incitar al llanto, y lo empecé a decir en voz baja… ¿por qué?... ¿por qué? Y empezó a fluir. Y vino con tanta fuerza que al rato ya tenía que llenar bien los pulmones para poder seguir. Hay momentos en que uno desea llorar, y en esos momentos el llorar tiene algo placentero, balsámico. Me sentí feliz esa tarde, llorando solo en mi patio.
Todo esto me vino a la mente hace un rato, cuando cruzaba el puente de Allende para ir a casa de un amigo. Me gusta cruzar el puente de noche, ver los trenes iluminados por la luz de las lámparas de las vías, los tanques de Pemex en medio del césped. Y luego las bodegas abandonadas, el deshuesadero. Sobre todo en noches como hoy que hay norte y todo suena distinto. Iba pensando en una entrevista que leí hará un año con David Reiff. En cierto momento hablaban acerca de la muerte de su madre, Susan Sontag. Creo que Reiff mencionaba que su madre estaba muy tensa antes de morir. No recuerdo bien, pero en cualquier caso no se le veía que tuviera una aceptación resignada del hecho de que iba a morir. El entrevistador le preguntó si su madre no había creído en Dios en el último momento. La trascripción tenía una indicación sobre la reacción de Reiff, se había enfadado o algo, y contestó que eso hubiera sido una traición a lo que había sido su madre, y que si uno no había creído en eso toda su vida tenía que pensar así hasta el último momento.
Desde el momento en que lo leí me indignó la reacción. Recuerdo haber pensado ¡qué rigidez mental! Digo, ¿quién es uno para pensar cómo deben vivir la muerte los demás? Nadie. Ni yo ni su hijo. Pero sí me hizo pensar que yo no quiero a un fascista así junto a mí cuando muera. ¿Por qué tendría uno en sus últimos momentos tener que pensar de la misma forma que pensó toda su vida? Igual y ya no tiene uno otra opción, te vas en automático. Pero dada la posibilidad, ¿por qué tener una obligación en los últimos instantes de la vida de uno? ¿Por qué no ponerse a inventar locuras en ese momento, un barco lila está viniendo por mí, irse con un buen viaje?
Me da algo de placer imaginarme a Susan Sontag en su último momento susurrando "Llévame".
Foto: Félix Cúneo ( Veracruz )
1 comentarios:
Uuy, qué buen blog. Me encantó el proyecto, me encanta que tengan aquí fotos del gran Isaac...
Saludos
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